El buen policía (entrega III)

5.

La luz del día, que se cuela por el hueco que hay bajo la persiana, alumbra la cara de Manuel, que despierta con una tensión en la nuca que le es familiar y, en este caso, indicadora de una inquietud que no sabe reconocer hasta que mira el móvil, sobre la mesita, y se da cuenta de que no ha puesto la alarma.

Es tarde. Ni siquiera tiene tiempo de desayunar o ducharse. Se viste corriendo y, antes de desaparecer, vuelca una cubitera en la bañera, donde ya solo queda parte de un tronco con dos medios brazos y una media pierna.

Una vez en la empresa, el jefe le llama al despacho. Ha  llegado con más de veinte minutos de retraso, así que está convencido de que se llevará la bronca correspondiente. No es la primera y el talante del dueño de la compañía es suficientemente apacible para que la situación no le genere un estrés demasiado agudo.

Sin embargo, lo que hace el Sr. Murcia es pasarle el teléfono, a la vez que anuncia que tiene una llamada para él.

Tras las pertinentes presentaciones y una breve explicación, Genaro le pregunta por Mª Jesús. Manolo responde hasta donde sabe que puede:

- La conocí hace unos días, en la cafetería. Coincidimos por la mañana, tomando un café, y charlamos un rato.
- Un testigo dice que salieron juntos del local.
- Sí, acabamos a la vez y nos despedimos al doblar la esquina, cuando cada uno se marchó en una dirección diferente.
- ¿Le dijo algo de cuáles eran sus planes, o le proporcionó alguna información relevante?
- No, me explicó un poco en qué trabajaba y que vivía con algún familiar en un pueblo cerca de Barcelona. Entendí que iba de camino al trabajo.
- Algo debió de distraerla, por qué no llegó.
- No sé si es relevante, pero la chica me dio su número de teléfono y después he intentado llamarla un par de veces y no me ha contestado.
- Ya. Bueno, es posible que un compañero o yo mismo volvamos a ponernos en contacto con usted, ya que es la última persona que hemos encontrado que la vio antes de desaparecer. ¿La dirección que aparece en su ficha es correcta?
- Sí.
- Gracias.
- Oiga, le agradecería que, cuando aparezca, me lo haga saber. Me deja preocupado.
- Descuide.
- Suerte.

Manuel sale de la oficina y entra en el baño. Desde que tiene el cadáver en la bañera, hace su primera deposición del día en el trabajo. Por algún motivo que él relaciona con un trauma infantil, cagar enfrente de un muerto le da cierto reparo y lo evita siempre que puede.

Al final de la jornada, vuelve directamente a casa. Improvisa una excusa para declinar la habitual invitación a un trago que el hijo del dueño llama “after-work” y, nada más llegar, tensa y engrasa de nuevo la cadena de la sierra para acabar de cercenar lo que queda de cuerpo en la pila.

Desenchufa la máquina y empieza a embolsar los cachos que flotan en el agua, ya templada y llena de sangre y partículas de piel y hueso que se han desprendido.

Suena el timbre y, algo enojado por una nueva interrupción, se desprende de los guantes, las gafas y el delantal y se mira en el espejo para detectar que tiene manchas rojizas en la camiseta y en los brazos. Se quita la prenda y se lava bien mientras alguien sigue llamando a la puerta con insistencia.

Vestido únicamente con unos pantalones de chándal, abre la puerta para descubrir que es Genaro quien, desde el otro lado, pone de manifiesto una impaciencia solamente al alcance de los vivos.



6.

Genaro pasa todo el día intentando averiguar más. Haciendo preguntas en el barrio de la estación e interrogando a compañeros de Mª Jesús en el hospital. A través de ellos, va componiendo un perfil social bastante preciso de la  desaparecida. Aparentemente, la joven se relaciona con normalidad con el resto del equipo, es tímida pero amable en el trato. Ha entablado amistad con otra enfermera, que tampoco sabe nada de ella desde hace días y se muestra preocupada. Le parece intuir algo más que simpatía por la muchacha en un celador que hace más preguntas de las que responde.

Pide un informe de penales del celador y decide convocarlo en el despacho del director para continuar el interrogatorio, pero tras una hora de conversación concluye que se trata de un curioso que ni siquiera guarda una relación estrecha con Mª Jesús y cuyo interés se reduce a un morbo exacerbado, más propio de un periodista de Tele5 que del personal sanitario.

Sin quererlo, Genaro sonríe para sí al pensar en la comparación y es la mirada severa del director, en su papel de guardián de la moralidad de la institución, la que le advierte de su propia mueca, que rectifica inmediatamente.

Se da cuenta de que se le ha hecho tarde para comer en el bar de siempre y compra un bocadillo en la cantina del hospital, que acompaña con una cerveza.

Vuelve a la comisaría y hace una breve llamada a la familia para comunicar que no tiene nada nuevo. De hecho, no tiene nada. Ni nuevo ni viejo. Eso no lo confiesa en la llamada, pero lo piensa nada más colgar.

Hasta ahora, tenía la secreta esperanza de que se tratase de una desaparición forzosa. No le desea nada malo a la chica, pero lleva muchos años sin un caso de verdad. La suya es una carrera salpicada de papeleo, pequeños hurtos, faltas leves, peleas de bar, denuncias vecinales y alguna disputa conyugal. Nada, prácticamente, que requiriese de sus profundos conocimientos de criminología para resolver las causas de un suceso misterioso. Genaro estudió derecho, se especializó en penal, hizo un postgrado en Victimología y se ha formado, por interés propio, en diversas materias relacionadas con la investigación policial, tales como la psicología criminal, el análisis de pruebas forenses o las técnicas de deducción lógica.

No hay año en el que no se pague de su propio bolsillo un taller de alguna materia en la que cree tener algún tipo de laguna. Es un auténtico erudito al que nadie pregunta y que atesora conocimientos que nunca puede poner en práctica. Su frustración más grande es no haber tenido nunca en sus manos la investigación que le ponga a prueba, que saque lo mejor de él y exponga al mundo policial su talento.

La desaparición de Mª Jesús le pareció, en un principio, su mirlo blanco. Su gran oportunidad. Ahora no ve indicios de nada que no sea una huida voluntaria. Una más entre las de los centenares de adultos que se registran como desvanecidos cada año en el país.

Solo le queda una vía, una posibilidad que explorar.

En la conversación que mantuvieron por la mañana, el operario de mudanzas con quién la desaparecida estuvo charlando en la cafetería de la estación parecía sinceramente preocupado y Genaro tenía la impresión de que no sabía nada más de lo que le había explicado. Pero, gracias a sus estudios, sabía que mentir al teléfono es mucho más fácil que en persona. Aunque solamente fuese por cumplir con su propio código ético, debía entrevistarse cara a cara con aquel hombre.

De camino, utilizó el manos libres del coche patrulla para llamar a Manuel, con la intención de cerciorarse de que estaba en casa y avisarle de su llegada, pero no contestó al teléfono. Tecleó el número de la empresa de mudanzas, donde tampoco había ya nadie para responder a su llamada. Decidió, pues, personarse sin previo aviso en el domicilio del
testigo.




7.

- Lamento molestarle, pero necesito hacer algunas preguntas más.
- Claro, desde luego, pase. Perdone que le reciba así, no esperaba visitas.
- Le he estado llamando.
- ¡Oh! Vaya, no tenía el teléfono a mano. Siéntese ahí, por favor.

Manuel le señala el sofá sobre el que, dos días antes, reposó el cuerpo de Mª Jesús. El policía acepta el ofrecimiento y el asesino ocupa una silla frente a él.

- ¿Quiere tomar algo? Creo que tengo algún refresco. Y cerveza.
- No, gracias.
- Usted dirá.
- Quería saber si, durante el día, ha recordado algún detalle más de la conversación que pudiese ser importante
- La verdad es que no.
- Por ejemplo. ¿Le dijo en algún momento que tuviese pensado irse a algún sitio?
- No, pero éramos desconocidos, supongo que algo así se le dice a alguien con más confianza.
- Ya. ¿La notó nerviosa, inquieta?
- No, en realidad estuvo bastante relajada. Me pareció tímida, pero no tardó en sentirse cómoda. Puede que al final, al despedirnos, estuviese un poco más atribulada, pero pensé que debía de tener prisa por llegar al trabajo. Yo también iba tarde.
- Aún y así le pidió el teléfono.
- Me lo había dado antes. Dígame, ¿cree que puede haberle pasado algo malo?
- En realidad, no. Mucha gente decide cambiar de vida radicalmente, esfumarse totalmente y, si lo hacen bien y quieren, es imposible seguirles la pista. Estoy casi convencido de que es el caso.
- No me pareció ese tipo de persona. Pero es posible que no se distingan del resto ¿no es así?
- Le aseguro que no.

El policía se levanta, da un traspiés con la alfombra y, antes de salir, pregunta a Manolo si puede utilizar el baño.

- Lo siento, ahora mismo está ocupado.
- ¡Oh! ¿Está usted acompañado?
- Sí, estoy con una amiga, creo que se va a dar una ducha.
- Vaya, espero no haber interrumpido…

Manuel guiña un ojo.

- No se preocupe, ya habíamos acabado.

El policía estrecha su mano y sale del apartamento, convencido de que nunca más volverá a saber nada de Mª Jesús, a quién imagina en un país del Este, con un nuevo corte de pelo, vestida diferente e intentando iniciar una nueva vida, desde cero.

En cuanto cierra la puerta, Manuel busca su teléfono, que está en su habitación, dentro de uno de los bolsillos de su pantalón de trabajo. Comprueba que tiene varias llamadas perdidas de un número desconocido y busca en la agenda el de Paqui.

- Pensaba que ya no me ibas a llamar.
- He estado muy liado, pero no he dejado de pensar en ti.
- Ya será menos.
- No, de verdad, te quería llamar antes, pero no he podido. ¿Te apetece cenar conmigo?
- ¿Cuándo?
- Hoy mismo. Te paso a buscar y te preparo yo mismo la cena.
- ¿En tu casa?
- Claro.
- Uy, eso es que quieres hacer algo más que comer.
- No te preocupes, que, además de cocinar para ti, lo único que quiero es matarte y violarte.
- Ja ja, ¿no será al revés?
- No sé, es que soy muy desordenado. ¿Paso a las ocho?
- ¡Vale!

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