The waves




25:02:2020


He aterrizado en mi primer domicilio. A tenor de la expectación que ha levantado mi presencia, sospecho que mi predecesor en la cocina era un individuo simple. Nada más sacarme de la caja, el humano macho adulto se ha puesto a toquetearme las teclas y la rueda del temporizador, como si supiese lo que está haciendo. La humana adulta le ha reconvenido y obligado a leerse el libro de instrucciones. Instrucciones que no ha debido de entender totalmente porque, al cabo de 16 minutos, ha vuelto a arremeter contra los botones de manera aleatoria, sin ton ni son (que da pie a un chiste de mi sector, porque yo soy un samsung, no un Thompson. Pero que me tengo que callar por falta de dígitos en la pantalla de información).


Por fin, la humana más joven consigue acertar con la combinación de comandos que le permite calentar un vaso de leche.


01:03:2020


Hasta el momento, el humano de la casa con el que mantengo una relación más constante y habitual es un individuo adulto de diseño antiguo, yo diría que una primera versión del otro humano adulto por el parecido entre los modelos, que se desplaza ayudado de un elemento cilíndrico, en el que se apoya mientras espera a que se caliente su café o su caldo unas cuatro o cinco veces cada día.


En ocasiones me golpea con el cilindro de material celuloso en el costado, imagino que por impaciencia, pero como tengo los circuitos en el otro lado, no me lastima y, como mucho, protesto con algún pitido destemplado. He percibido que lo hace únicamente cuando está solo en la cocina.


06:03:2020


Primera pizza. Calentada, no descongelada. Hasta ahora habían puesto a descongelar varias, pero después, no sé si por desconfianza o desconocimiento de mis capacidades, la trasladaban a otro aparato más grande, más negro y más empotrado, que hace un ruido arcaico. 


Hoy, sin embargo, los humanos de la casa han ido pulsando botones de forma ordenada y sensata y he podido demostrar estar preparado tecnológicamente para cocinar una suculenta cena a base de masa de harina, tomate, jamón y queso. Yo solo he puesto el calor medido, no quiero tampoco “tirarme el pisto”, que es una expresión que usa la humana adulta con mucha frecuencia y he registrado para uso propio.


Lo que ellos llaman “el gato”, una especie de humano de tamaño muy reducido y con el chasis cubierto de pelo, que no emite sonidos articulados, se ha pasado la tarde junto a mí y, en ocasiones, frotaba el cráneo contra mi puerta. Yo creo que he hecho un amigo.


08:03:2020


¡Qué desastre! ¡Qué humillación! Se me marcan gotitas de condensación en el elegante cristal ahumado de la puerta, de la vergüenza que me ha hecho pasar. El modelo añejo de humano, al que la humana joven se refiere como “puto yayo”, ha calentado su plato de macarrones en abundante salsa de tomate, sin taparlo. El techo interior, las paredes, hasta el plato giratorio están chorreando, salpicados, repugnantes. Me siento sucio, ultrajado, denostado. Insultado incluso. 


El puto yayo no sólo no ha limpiado nada, sino que ni siquiera se ha percatado del desastre y se ha ido tosiendo, indolente, sobre su plato. 


Por lo menos, hoy no me ha golpeado con el instrumento de madera. 


El gato ha venido a frotarse en el interior de la puerta que el humano ha dejado abierta y ha adherido una cantidad relevante de pelo a las manchas de tomate.


12:03:2020


Estoy bastante confundido. La forma en la que se relacionan los habitantes de la casa es perturbadora. Utilizan un nombre diferente si el mencionado está presente o si no lo está, lo cual hace muy difícil identificarlos y mantener la atención en las conversaciones.


Por ejemplo, la humana de edad más corta (a quien la humana adulta llama niña, hija o Ana, según las circunstancias, cuando le habla a ella) se dirige a la adulta con varios apelativos: mamá y madre, los más frecuentes. Sin embargo, cuando su interlocutor es un dispositivo celular, se refiere a ella como “mi vieja”, “la tía” o, en ocasiones, “la plasta”.


También resulta ofensivo que al celular le hablen y a mí, que soy más grande, apenas me dedican monosílabos, onomatopeyas y exabruptos.


El puto yayo lleva ya dos días sin poner a prueba la resistencia de mi caja con sus golpes y el gato solo se ha acercado para vomitar una bola de pelo delante de mí, como haciéndome una ofrenda. Se lo he agradecido con un zumbido ronco y profundo, desde lo más hondo de mis circuitos impresos.


14.03.2020


No doy abasto. Desde primera hora de la mañana no dejan de abrirme y cerrarme la puerta, meter vasos con leche, café, infusiones y caldo. ¡Vaya día, qué estrés! No me han dejado a solas ni un minuto en todo el día. Si esto va a seguir de esta manera, voy a tener que inventar una alarma de sobrecalentamiento o algo así, ¡que me dejen respirar!


El único que no ha aparecido por la cocina en ningún momento es el puto yayo. Los demás sí, pero no hablan entre ellos y solo están pendientes de las pantallas de sus artefactos móviles.


El gato tampoco ha asomado el hocico.


16:03:2020


Seis días ya sin que el puto yayo me mida el lomo, empiezo a temer que lo hayan obsoletado. Por mis dominios, desde luego, no aparece.


Por otro lado, lo excepcional se ha convertido en rutina y ya todos los días son iguales, con todo el horizonte que alcanzan a detectar mis sensores repleto de humanos enfurruñados, con la nariz pegada a sus pantallas portátiles y haciendo un uso intensivo de mis habilidades. Tengo tan poca intimidad que solo puedo deshacerme de los gases sobrantes del circuito hidráulico en la oscuridad de la noche. Es entonces cuando me abandono y permito que las bisagras emitan un silbido corto y ronco que me deja nuevo.


En esas ocasiones, el gato, que descansa junto a mí, levanta la cabeza sin mucho interés, sin ni siquiera abrir los ojos, y vuelve a apoyarla sobre sus extremidades delanteras al cabo de unos instantes.


21:03:2020


La humana joven ha instalado un ordenador portátil en la mesa que hay enfrente de mí y se pasa el día distraída con interminables reuniones telemáticas. A ratos, los dos humanos adultos entran en la cocina y la joven les chista para reclamar silencio. Sin hablar, me utilizan para calentar leche y se van, cerrando la puerta con suavidad.


Siguen sin comunicarse entre ellos y no abandonan el domicilio en todo el día. Sin noticias del puto yayo.


24:03:2020


Un estallido de ruido, música y gritos ha reclamado mi atención y la de los demás integrantes de la casa a las 20:00. Asumo que se trata de una manifestación de júbilo multitudinaria, pero no conozco las causas que la provocan.


Los humanos que conviven conmigo no se han sumado a la demostración de alegría y permanecen sumidos en un estado de semi-letargo, en un silencio incómodo, con las miradas apuntando al suelo, evitando cruzarlas. Al único que miran de frente es a mí.


Menos el gato, que lo mira todo con indiferencia y decisión.


Creo que algún algoritmo ha decidido eliminar al puto yayo del conjunto y me da la impresión de que no volverá a atizarme.


27:03:2020


Me aleegrrro de hhhhhhabermme ekaqqquivvvocaddo. El putttTTO YaYO Ha vuelto y mmmmmmmennhg ha soltado un garrrOOOTAzo que mmmmmme ha PUesssto losss CCCIIIRcui----tos del RREVeées. Se le nnoTTAAABa contennnnt----------oooo.


MeEEEeennoS MAL.


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