Mi vida como MÁNAGER



Kaori, Akira y Minako. 

Aunque quizá debería presentarlos como OsakaTrío.

Tienen anunciada la visita en mi antigua empresa desde hace un mes. Son los representantes de una compañía japonesa que hace una ronda por Europa con la intención de estrechar vínculos con sus clientes en el viejo continente, así como la de mejorar el ratio de ventas de sus productos, últimamente sospechosamente ralentizado.

Akira es el Director de la fábrica. El genio de la ingeniería, la luz que luce en todas las pequeñas innovaciones que vienen a presentar. Solo habla japonés pero añade una sonrisa permanente a sus explicaciones, por lo que atendemos como si entendiésemos antes de que Minako traduzca al inglés.

Minako es una muñeca de porcelana que viene a traducir y a ofrecernos una estimulante caída de párpados. También viene a ver, en dos días, la Sagrada Familia, el David de Miguel Angel y la Torre Eiffel.

Kaori es una nipona que se acerca a los cincuenta, no sabría decir si por arriba o por abajo, la dueña de la empresa y del ritmo de la reunión. Es quien impone los tiempos, imprime velocidad o echa el freno según le interesa abundar en ciertos temas o pasar de puntillas sobre otros.

En una de sus intervenciones, nos pregunta si conocemos a Doraemon.

Pronunciado por un japonés cuesta reconocerlo, pero claro que sí, conocemos a Doraemon, el gato cósmico, el del bolsillo mágico. ¿Quién no conoce a Doraemon?

Le decimos que cómo no (que quiere decir que sí), que por supuesto lo conocemos. Ella comenta satisfecha que Akira es una especie de Doraemon, por la forma en la que saca de bolsas y carpetas infinidad de novedades e inventos. 

Akira, que no entiende inglés pero ha distinguido el nombre del personaje, inmediatamente comprende de qué estamos hablando y se anima a imitar al gato. No sabemos si bien o mal, porque en nuestra tele el bicho habla en catalán o castellano y Akira se marca una imitación en japonés nativo.

Sin embargo, la amplia mueca, la voz impostada y los grititos en su idioma resultan divertidos y correspondemos con la mejor de nuestras sonrisas, la que guardamos para las visitas de ultramar.

Akira se viene arriba, nota que el público responde y completa el número entonando las primeras notas de una canción.

Queremos suponer que sigue dentro del personaje y lo que canta es un tema de la banda sonora de Doraemon. Pero, de nuevo, el no haberlo oído antes en su idioma nos impide emitir un juicio de valor. De hecho, se congela el rictus en la cara de todos los occidentales que asistimos a la escena, aún por completarse en todo su esplendor.

Lo que vendríamos llamando ESPLENDOR se comienza a fraguar a continuación, cuando Minako, tímidamente al principio y de forma completamente desacomplejada después, desgañitándose y acompañando sus chillidos con una espasmódica coreografía, se suma a Akira.

Sin dejar de tragar saliva, miramos a Kaori con la secreta esperanza de que ataje la actuación con una de sus autoritarias intervenciones. No obstante, y sin dejar de reír y mirarnos divertida, decide sumarse al coro y en quince segundos tenemos a tres súbditos del imperio del Sol subiditos a la mesa de reuniones, cantando y bailando a un ritmo endiablado.

Malditos nipones, llevan la música en la sangre, todo el flow de Asia para ellos.

En ese mismo instante decido que merecen más. Que yo también merezco más. Que mi vida está mucho más allá de estas cuatro paredes, está en el mundo del espectáculo junto a estos tres artistas, con mayúsculas: ARTISTAS.
En cuanto acaban la función y bajan de la mesa entre aplausos enfervorecidos, pido permiso para hablar con Kaori en un aparte.

Aun no soy consciente de ello, pero demuestro estar perfectamente dotado para el management musical al hacer que mis primeras palabras como representante sean mentira:

-          -Tengo un montón de contactos que os pueden convertir en llenapistas, en grupo de culto, en la referencia del panorama POP europeo.

A partir de ahí se sucedieron diversas reuniones. De los japoneses entre ellos, de mi jefe conmigo, de los japoneses con el embajador, del embajador con mi jefe (en este caso porque eran viejos conocidos), mía con un ejecutivo de una casa de discos, de los japoneses conmigo y con un abogado especializado en registro de la propiedad intelectual y del dueño de una sala de fiestas con el embajador y los japoneses. Reuniones de las cuales se obtuvo un amplio abanico de resultados.

Por un lado, me convertí en exempleado de la compañía en la que trabajaba hasta entonces. El exempleado del mes, para ser precisos. Pasaba de ser el vendedor de muelles y ballestas con mejor índice de penetración en el mercado a formar parte de la industria del show-business, en un papel secundario pero de vital importancia (como cuando Fernando Fernán Gómez interpretaba al padre del protagonista y conseguía que la calidad del conjunto mejorara hasta convertir la película en algo memorable y sublime).

Actualmente, buscamos promotores que quieran programar un fantástico espectáculo musical, muy actual. A la última. Bonito y moderno. Se podría catalogar como yeyé, incluso. Toda la tradición teatral de Japón, mezclada alegremente con las más recientes creaciones de la cultura manga, una amalgama de componentes artísticos, el crisol cultural de oriente traducido al estilo occidental. 

Una ganga, además. Muy baratito. 

De momento, y para ir animando a esos promotores esquivos y cabrones que se esconden tras direcciones de e-mail inescrutables, tengo que decir que hemos debutado para un público exigente, con un éxito sin precedentes, en la fiesta del 4º cumpleaños del hijo del señor cónsul de Japón en Barcelona.


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