Para mañana dan lluvia. Tormentas, inundaciones, mucho más que una simple precipitación refrescante y ligera, apecetible en el sentido romántico del término. No un fenómeno que sugiera imágenes bucólicas de un paseo por el campo, notando cómo finas gotas resbalan por tu cara mientras avanzas sin dificultad, disfrutando de la sensación de libertad. Que va, anuncian el apocalipsis zombi de las tormentas. Hay alarmas de los colores más vibrantes en el móvil, en la tele, en la radio y en las señales de tráfico.
Atendiendo a tan numerosos avisos, renuncio a la excursión que tenía planeado hacer el domingo y, como es sábado por la tarde, me enfundo las zapatillas de montaña de color naranja butano más discretas que tengo, me descargo un track de urgencias y cojo el coche en dirección a Cànovas, con toda la mala intención de subir y bajar del Sui, esquivando así el diluvio previsto para el siguiente día. Conozco la zona, más o menos, de haberla transitado en más de una ocasión, así que decido innovar. El recorrido que llevo en el móvil dibuja un circuito circular, que sube por el camino que yo creo conocer y baja por lugares por los que no he pasado nunca. Al menos, eso es lo que yo veo en el mapa.
La prudencia me lleva a planear recorrer el camino en sentido inverso a como está indicado. La batería del móvil está a la mitad y, si se hace de noche, podré bajar por una zona que me es familiar. Lo que se dice un WIN-WIN.
La vereda por la que debería estar bajando es infernal. Una pendiente enorme. En el primer km supero más de 250 m. de desnivel. Eso, para los no iniciados, es brutal, al alcance de muy pocos. Para los que sabéis de qué hablo: no necesito vuestro condescendiente ninini, dejadme tranquilo, que a aquellos que no se asoman a una cuesta ni en el Google maps les está impresionando la cascada de datos técnicos.
A la altura del desvío teórico, que está a unos quinientos metros de la cima según el track digital, es de nuevo la prudencia la que me impide coronar. Son casi las 8, la subida ha sido más lenta de lo que esperaba y, si voy y vuelvo hasta la cumbre del Sui, corro el riesgo de que la noche se me eche encima, lo cual es un inconveniente si no llevas luces, que es algo a lo que la puñetera prudencia no ha sido capaz de llegar.
Tardo unos 15 minutos en encontrar el desvío, yendo adelante y atrás por un sendero en el que no veo ninguno otro que cruce. Finalmente me aventuro por lo que parecen hierbas altas un poco pisadas y accedo a un bosque sombrío por el que descienden en una vertiginosa bajada varios caminos que se entrecruzan y se pierden, convirtiendose a ratos en maleza, a ratos en hojarasca.
Me desoriento unas cuantas veces, me veo obligado a badear un riachuelo hacia un lado primero, hacia el otro después. Pero bueno, forma parte de la aventura, me voy diciendo a mí mismo con decreciente convicción. El bosque cada vez es más cerrado y la luz se va apagando en él.
Llego al punto donde, virtualmente, debo girar a la izquierda para encontrar una pista forestal que, ya de forma clara, meridiana, diáfana e inequívoca debe conducirme hasta el coche. Una pista que conozco, que he recorrido con anterioridad y que sería capaz de hacer sin el mapa del móvil, que se está quedando sin batería.
No encuentro la pista. Ni siquiera encuentro la forma de girar a la izquierda. Donde parece que debería acabarse el bosque, de ramas cada vez más imbricadas y bajas, por el que tengo que avanzar en cuclillas o agachado, aparecen zarzales enormes, imposibles de atravesar. Los voy bordeando en ambas direcciones, buscando un hueco por el que pasar, pero cuando lo hago, pocos metros más adelante encuentro más que me devuelven hacia atrás.
En el momento en el que me doy cuenta de que llevo casi una hora dando vueltas en círculos en un espacio no más grande que unos 500 metros cuadrados, empiezo a hiperventilar y he perdido la cuenta de los improperios que he gritado a zarzas, ramas, piedras y móvil, se está haciendo de noche y no llevo almohada para pasarla bajo una encina, tomo la decisión de marcar el 112 para llorarle a la operadora, con la respiración entrecortada:
- ¡Estoy en la montaña y me he perdido!
La muchacha me toma los datos y me pasa con un compañero que me pregunta cosas imprescindibles, como dónde estoy y qué hago ahí, si llevo comida y cómo voy vestido. No me parece el momento más indicado para ponerme a flirtear, así que obvío la ropa interior y solo le hablo de los colores que me adornan. En ese momento tengo la certeza de que la descripción será de gran ayuda para identificar los restos del cadáver que deje el oso que va a devorarme esta noche. No llevo comida y solo de pensarlo me entra hambre.
Como parte del protocolo, me pasan con los bomberos de la zona. Mientras me mantienen a la espera, intento avanzar en una dirección al azar y, tras casi caerme en unos zarzales, los atravieso para encontrarme en una pequeña pradera junto a una casa en ruinas.
Los bomberos me piden que describa el sitio y, cuando cito la casa, inmediatamente identifican el punto exacto donde estoy. Me tranquilizan y me dan un par de opciones para salir de allí.
Cuelgo y sigo las indicaciones, no sin dificultad, para encontrar la puta pista forestal, escondida tras vegetación alta. Al salir del bosque me doy cuenta de que todavía es de día y el ritmo de mi respiración vuelve a la normalidad. Echo a correr y unos minutos más tarde los bomberos me llaman para saber cómo estoy. Entre lágrimas de agradecimiento, les contesto que "bien, vivo y alejándome del maldito oso asesino que me acechaba".
A la altura del desvío teórico, que está a unos quinientos metros de la cima según el track digital, es de nuevo la prudencia la que me impide coronar. Son casi las 8, la subida ha sido más lenta de lo que esperaba y, si voy y vuelvo hasta la cumbre del Sui, corro el riesgo de que la noche se me eche encima, lo cual es un inconveniente si no llevas luces, que es algo a lo que la puñetera prudencia no ha sido capaz de llegar.
Tardo unos 15 minutos en encontrar el desvío, yendo adelante y atrás por un sendero en el que no veo ninguno otro que cruce. Finalmente me aventuro por lo que parecen hierbas altas un poco pisadas y accedo a un bosque sombrío por el que descienden en una vertiginosa bajada varios caminos que se entrecruzan y se pierden, convirtiendose a ratos en maleza, a ratos en hojarasca.
Me desoriento unas cuantas veces, me veo obligado a badear un riachuelo hacia un lado primero, hacia el otro después. Pero bueno, forma parte de la aventura, me voy diciendo a mí mismo con decreciente convicción. El bosque cada vez es más cerrado y la luz se va apagando en él.
Llego al punto donde, virtualmente, debo girar a la izquierda para encontrar una pista forestal que, ya de forma clara, meridiana, diáfana e inequívoca debe conducirme hasta el coche. Una pista que conozco, que he recorrido con anterioridad y que sería capaz de hacer sin el mapa del móvil, que se está quedando sin batería.
No encuentro la pista. Ni siquiera encuentro la forma de girar a la izquierda. Donde parece que debería acabarse el bosque, de ramas cada vez más imbricadas y bajas, por el que tengo que avanzar en cuclillas o agachado, aparecen zarzales enormes, imposibles de atravesar. Los voy bordeando en ambas direcciones, buscando un hueco por el que pasar, pero cuando lo hago, pocos metros más adelante encuentro más que me devuelven hacia atrás.
En el momento en el que me doy cuenta de que llevo casi una hora dando vueltas en círculos en un espacio no más grande que unos 500 metros cuadrados, empiezo a hiperventilar y he perdido la cuenta de los improperios que he gritado a zarzas, ramas, piedras y móvil, se está haciendo de noche y no llevo almohada para pasarla bajo una encina, tomo la decisión de marcar el 112 para llorarle a la operadora, con la respiración entrecortada:
- ¡Estoy en la montaña y me he perdido!
La muchacha me toma los datos y me pasa con un compañero que me pregunta cosas imprescindibles, como dónde estoy y qué hago ahí, si llevo comida y cómo voy vestido. No me parece el momento más indicado para ponerme a flirtear, así que obvío la ropa interior y solo le hablo de los colores que me adornan. En ese momento tengo la certeza de que la descripción será de gran ayuda para identificar los restos del cadáver que deje el oso que va a devorarme esta noche. No llevo comida y solo de pensarlo me entra hambre.
Como parte del protocolo, me pasan con los bomberos de la zona. Mientras me mantienen a la espera, intento avanzar en una dirección al azar y, tras casi caerme en unos zarzales, los atravieso para encontrarme en una pequeña pradera junto a una casa en ruinas.
Los bomberos me piden que describa el sitio y, cuando cito la casa, inmediatamente identifican el punto exacto donde estoy. Me tranquilizan y me dan un par de opciones para salir de allí.
Cuelgo y sigo las indicaciones, no sin dificultad, para encontrar la puta pista forestal, escondida tras vegetación alta. Al salir del bosque me doy cuenta de que todavía es de día y el ritmo de mi respiración vuelve a la normalidad. Echo a correr y unos minutos más tarde los bomberos me llaman para saber cómo estoy. Entre lágrimas de agradecimiento, les contesto que "bien, vivo y alejándome del maldito oso asesino que me acechaba".
Gracias x compartir tu aventura!! ������������
ResponderEliminarQue menos! Cuando uno es tonto no se lo puede guardar para uno mismo!
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