Todo el mundo tiene manías, fobias o filias. Unas más
confesables y otras que se esconden, se practican en la privacidad y se ocultan
de las miradas ajenas. De las que no suelen mostrarse en público, no todas son
nocivas. Simplemente, nos avergüenzan por lo que tienen de excepcionales. O por
lo que nosotros creemos que los demás pueden pensar de ellas.
Yo cultivo varias. No voy a revelarlas todas, no soy tan
gilipollas, pero me apetece contarle al mundo que soy Raúl y soy adicto a
comprar cepillos de dientes.
Es una actividad coleccionista inocente pero no exenta de
problemas. Soy incapaz de visitar un supermercado sin salir con un cepillo
nuevo, envasado entre cartón y plástico. Me da igual el color, aunque no suelo
repetir en compras sucesivas. A veces los compro de metacrilato transparente,
otras de goma dura en dos compuestos de colores diferentes. Me fijo también en
la dureza y la dirección de las cerdas, me gusta la diversidad. En ocasiones
prefiero que sean los indicados para encías sensibles, con las púas muy suaves.
Frente a la estantería, me digo a menudo a mí mismo: “hermosas cerdas”. Otras
arriesgo y compro el más firme, el que tiene un aspecto más agresivo.
Cuando llego a casa, dejo la compra sobre la encimera de la
cocina y corro al baño a desprecintarlo. Me gusta recorrer con las uñas la zona
troquelada y extraer el cepillo por la parte del cartón. Me pongo nervioso y
juro en arameo cuando lleva algún punto de fijación extra. En el momento en el
que tengo el cepillo sujeto por el mango, le doy la vuelta al paquete para ver
cómo la cabeza se desprende del plástico transparente que lo aprisiona
levemente. El sonido me reconforta, y tener el cepillo por fin entre mis dedos
me llena de satisfacción más que a un Borbón una Noche Buena.
Acto seguido abro el cajón de los cepillos y lo guardo
cuidadosamente, junto a sus semejantes que reposan intactos, sus cerdas
mirándome impasibles, cada uno con su propia personalidad.
No los uso.
Me lavo los dientes con los dedos.
Estas como una regadera... tu mujer.
ResponderEliminarJoder, nunca se llega a conocer del todo a tu propio hermano, y a veces se agradece!
ResponderEliminarSobre todo, no se lo digas a mamá. Si pregunta, dile que desactivo minas antipersona en Somalia, que se quede tranquila.
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