En mi vida he corrido un solo maratón. Uno solo (o una sola, no
tengo claro el sexo del sujeto) que he vivido, desde el principio de su
preparación hasta la llegada a meta, con una intensidad que me permite escribir
varias crónicas.
En esta, me centraré en el reto principal que supone una carrera
de larga distancia.
Durante los diez primeros quilómetros el peligro es
insospechado. Yo he tomado mis precauciones pero corro despreocupado,
departiendo con los corredores amigos y disfrutando de la fiesta, completamente
ajeno a lo que me espera.
A partir de esa distancia, no sé si por el frío y la lluvia
intermitente o por el inevitable roce, comienzo a notar una leve molestia. Ni
siquiera se puede considerar como tal, es solo que tengo la impresión de llevar
más tiempo del habitual con los pezones erectos. No duele y ni siquiera me tomo
el tiempo de reflexionar sobre ello.
Sigo corriendo, aunque ya más callado, más ensimismado y más
pendiente de las sensaciones. La básica es frío en el pecho. A partir de media
carrera me escuecen. En cada paso, la ligera caricia de la camiseta es una
aproximación al papel de lija. Aún no duele pero, instintivamente, pellizco
para despegar la tela del pecho cada pocos minutos, buscando que los pezones
respiren y disfruten, ellos también, del evento. Los míos no son especialmente
grandes ni protuberantes, pero sí extremadamente sensibles. Lloraron con Dr.
Dolittle, cuando el personaje que interpreta Eddie Murphy salva a los animales
y eso.
En el quilómetro treinta llevo ya tanto rato empitonado que
resoplo y me cago en todo cada vez que me acuerdo. Corro encorvado para
intentar despegar la puta camiseta del pecho, que se empeña en engancharse como
una lapa y lamerme los pezones, que ya sangran sin pudor.
De ahí al final no sé si corro o ando, es llano o hay cuestas,
si hay público o corro solo. Estamos mis tetillas y yo, enfrentados,
desafiándonos a cada paso. Ahora pienso en la imagen que ofrezco, todo el pecho
mojado de sudor, lluvia y sangre.
¿Heroico? No. Lamentable.
Pero en ese momento reparar en el propio aspecto es poco menos
que imposible.
Al llegar a meta los corredores comentamos diferentes aspectos
de la carrera. Los que pueden hablar. Pero nadie reconoce lo satisfecho, lo
feliz, lo orgulloso que está de tener aún pezones.
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