Don Gumersindo Hirsuto era un hidalgo ya mayor, cercano a la
cincuentena, que había visto transcurrir una vida plena en su finca campestre
cercana a la villa de Zaragoza. Entre sus tesoros, contaba como el más preciado
con un esbozo hecho a carboncillo por el mismísimo maestro Goya, al que Don Gumersindo
había contratado para un retrato que, por su falta de paciencia, se quedó en
dibujo.
Don Gumersindo era un maño a la antigua usanza. De corta
estatura, anchos hombros, brazos robustos y manos fuertes. A pesar de no haber
trabajado nunca en el campo, salvo para pesar la cosecha y pagar a los
campesinos, tenía él mismo la constitución propia de los trabajadores de la
tierra. La única diferencia, a simple vista, eran sus ricas vestimentas.
Adornaba su figura, además, una cabeza prominente y majestuosa,
de las que dan la impresión de ser capaces de decantar, por su peso, una
estatua de mármol.
Don Gumersindo recibió, un día, la visita de un viajante que
pidió alojo en su casa. El extraño vendía pócimas y brebajes por los que el
hidalgo, de naturaleza curiosa, se interesó.
Tras ofrecer y vender varias de sus pociones, el recién llegado
llamó su atención sobre un secreto. En su carruaje escondía un objeto extraño
que quería enseñarle. Gumersindo, intrigado, le ayudó a descargar una pesada
caja de madera con un lado de cristal.
Le indicó una pequeña palanca que, al cambiar de posición, puso
en marcha un dispositivo mecánico, haciendo un ruido metálico que provenía del
interior de la caja. El lado de vidrio empezó a emitir una luz, tenue al
principio, que fue cobrando intensidad a medida que se extendía desde el centro
hacia los extremos.
En la luz empezaron a observarse sombras que dibujaban siluetas
de colores. En seguida, lo que podía verse en esa lámina acristalada se
distinguió con nitidez: un partido de la NBA.
Michael Jordan se enfrentaba a Larry Bird en la final de liga.
Don Gumersindo atendía atónito a lo que veía. Lejos de
asustarse, se interesó por las reglas y la dinámica del juego, la plástica de
los tiros a canasta, la estética de los mates y las aguerridas defensas.
Preguntó porque no defendían en zona, a lo que el viajante no supo qué
responder.
Al acabar el partido, con canasta de la victoria de Jordan,
sobre la bocina, el hidalgo, con la cara y los ojos iluminados por la ilusión,
dijo a la pantalla:
Yo quiero jugar en la NBA, a lo que añadió “AILOFDISGUEIM”.
El vendedor de pócimas
replicó que, “no se si se habrá percatado su señoría, pero el partido sucede en
el siglo XX y nosotros aún no hemos acabado el XVIII”.
-
¡Me la suda! Hazme viajar en el tiempo o lo que sea, pero yo
quiero vestir el calzón corto de los Chicago Bulls y ser el escudero fiel de
Jordan, no como el capullo ese del Pippen que no sabe a lo que juega.
-
Quién algo quiere, algo le cuesta.
-
¿Cuál es tu precio, malandrín?
El extranjero pidió una exorbitante cantidad de dinares, moneda
de otra época y otra zona, para ponerlo aún más difícil, pero casualmente el
Don llevaba los bolsillos cargados y pudo hacerse su voluntad.
-
Con esta pasta os puedo llevar a 1.998 en la ciudad de Chicago.
Pero hay otra pequeña pega que debéis superar para poder cumplir vuestro sueño.
-
¿Cuál es? Estoy determinado, me siento capaz de vencer cualquier
dificultad.
-
¿Se ha dado cuenta su señoría de que los mendrugos del partido
miden entre el doble y el triple que usté?
-
¿Insinúas que soy chiquitico?
-
¡Coño, mírate! Eres un puto tapón de cerveza.
-
Pseee, vale. ¿Y qué hago?
-
Mmmm… bueno, yo tengo un brebaje…
-
¡Habla!
-
En fin, es que es una cosa que no se yo. Vamos que lo mismo ni
funciona ni nada, pero por probar…
- ¡Dámelo, mamonazo!
- No es gratis…
-
¿Cuál es tu precio, malandrín?
-
Sí, tú dime otra vez malandrín o mamonazo, y va a jugar en la
NBA el Fidalgo Fernando Martín.
-
Perdóneme usted, tiene razón. Me he dejado llevar por la fiebre
del basket. Dígame por favor qué pretende a cambio de meterme en el Draft de
1.998.
- El dibujo.
- ¿Cómo?
- El dibujo de Goya.
-
Pero… Pero, ese es mi bien más preciado. Mi tesoro, la herencia
de mis nietos, la salvaguarda de mi descendencia, que podrá venderlo a la Baronesa
Tissen y pasar por la crisis del 2.007 al 2.022 sin apenas notarla.
- No deseáis realmente el 33.
-
El
33…
Don Gume se quedó pensativo unos instantes.
Se arrodilló (posición en la que medía casi un palmo menos),
levanto la vista y los brazos al cielo y bramó:
-
¡A Dios pongo por testigo que le voy a dar la asistencia del
sexto anillo a Air Jordan!
Y corrió, raudo, a descolgar el dibujo de la pared, entregándolo
al viajante apresuradamente, mientras sudaba copiosamente y esperaba la
transformación.
El extraño dio de beber al Don una extraña y humeante pócima que
obró el milagro. El hidalgo triplicó su tamaño y, cogiendo una sandía, se puso
a hacerla girar sobre su dedo con inusitada destreza.
Que cada uno extraiga sus conclusiones, pero por si alguien está
tentado de que las suyas sean diferentes a las que yo pretendo explicar, ahí
van las mías:
Quien desea algo con toda su alma, con toda la intensidad
posible. Quien no se rinde, quien se expone, quien no regatea esfuerzos. Quien
se entrega a sus sueños, quien los persigue inexorablemente. Quien no
desfallece llega a su meta. Obtiene aquello que anhela.
Sea lo que sea, os lo digo yo. Flipa con las cosas que puedes
conseguir si de verdad las quieres.
Pero que no sean materiales, ¿eh? Nada de pasta y eso. Cosas
así, raras pero al alcance de casi nadie. Que luego puedas decir: ¿Quién me lo
iba a decir a mí? Y que a tu cuñado se le caigan los huevos al suelo.
Nada, ya si eso me pagáis por esto que os estoy diciendo, que
soy Paulo Coelho y os puedo enseñar a vivir desde la experiencia. Soy el
ejemplo perfecto de superación personal, un referente. Tu referente.
Si veis que no funciona, hacéis como que soy Jorge Bucay y le
echáis a él la culpa de vuestro fracaso.
Un abrazo.
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