Mi vida como HACKER



Si Robin Hood hubiese vivido en nuestra época sería un pirata informático. Igual que si Guillermo Tell fuese un personaje de nuestros tiempos acertaría con un puntero láser en el entrecejo de Cristiano Ronaldo. En efecto, la actualidad está superpoblada de robinjudes y guillermotelles.
Como en otras muchas facetas, también en la piratería informática ejercí de pionero. Quizá no descubrí yo mismo una debilidad en la seguridad de un sistema, pero muy probablemente fui una de las personas que mayor provecho sacó de ella, tanto en intensidad como en durabilidad.

Un atardecer de otoño, contemplando un cielo teñido de rojos, naranjas, violetas y malvas desde la azotea del edificio en el que vivía, una aupair de cuyo nombre no quiero acordarme (pero sí de su historia), me contó que en ciertas cabinas de la ciudad se podía llamar gratis siguiendo un mecanismo sencillo. Está comprobado, me dijo. Es tan fácil como seguir los pasos que te voy a dar a rajatabla. Los pasos me los dio de viva voz, no a rajatabla. A rajatabla había que seguirlos.

El procedimiento era menos sencillo de lo que anunció, pero afortunadamente tenía papel y boli a mano y apunté: descuelgas el teléfono. Introduces 3 pounds con 50 p, marcas # 019 *, a continuación el número al que quieres llamar. Hablas sin dejar de controlar el consumo en la pantallita. Antes de que quede un saldo inferior a 50 p, finalizas la llamada pulsando el “pause” (nunca colgar del todo). Entonces las monedas que habías introducido te serán devueltas.

Y así tantas veces como durara la conversación o conversaciones. Tal cual rezaba la profecía.

La historia que nunca olvidaré, de la aupair que me desveló el “gran secreto”, consiste en que, a sus tempranos 17 añitos, se lio con el padre de la familia que la había acogido, teniendo que huir a su ciudad de origen cuando se descubrió el pastel y, ya de vuelta en casa, recibió las visitas consecutivas del marido y su mujer, uno detrás del otro, en presencia de sus padres y su novio.

Según tengo entendido, en casa de la muchacha se formó una fiesta espectacular. Una risa.

Y tras esta demostración de mi capacidad de ejercer de portera, prosigo con la narración del caso que nos ocupa.

Resultó que no era el único que conocía el “gran secreto”. El truco funcionaba solamente en un tipo de cabinas y, casualmente, en esas cabinas se formaban colas de hasta tres horas.

A los pocos días, pudimos ver en la BBC una noticia en la que se veían esas colas en algunos barrios de la ciudad. La gente se llevaba sillas de camping, libros, el walkman (que para los más jóvenes era el MP3 de la época), revistas de mujeres en cueros, cucuruchos de pipas… Según los periodistas, la BT (British Telecom) había detectado un fallo en el funcionamiento de las cabinas que permitía eso que nosotros ya sabíamos y que se iba a ir subsanando a la mayor brevedad.

Digamos que, para mí, defraudar a la BT se había convertido en un hobby. Salía del trabajo a las tres de la tarde y, hasta la hora de cenar, no tenía otra cosa que hacer que buscar una cabina libre y hablar hasta con las piedras del continente. Llamaba a gente con la que hacía años que no hablaba, sólo por el hecho de que era gratis.

Todos los días.

Llegó un momento en el que, de hecho, no tenía más dinero que las 3,50 necesarias para llamar. Así que cada vez que le daba al pause, durante las centésimas de segundo que transcurrían hasta que las monedas producían el metálico sonido del premio, se me encogía el corazón. Tanto se me encogía, que cuando le daba la vuelta a los globos oculares para mirarme por dentro, lo veía como un higo seco.

Las cabinas donde el truco funcionaba empezaron a escasear. Y con la escasez, empezaron también las discusiones y trifulcas entre los impacientes llamantes.

La policía estaba al tanto, de modo que era, asimismo, una costumbre entre los que hacíamos cola dar la señal de alarma en cuanto veíamos aparecer a un bobby o a un coche patrulla.

Por motivos presuntamente demográficos, la compañía comenzó a solucionar su problema en círculos concéntricos. Primero las cabinas de la zona 1 dejaron de funcionar. Es decir, funcionaban perfectamente, pero pagando. Después zona 2, zona 3 y así sucesivamente.

Cada vez había que ir a barrios más alejados para poder llamar. Alguien te decía:

-    Cerca de Heathrow hay una cabina en la que todavía funciona el truco.

Y entonces te tenías que colar en el metro para ir hasta zona 6 a llamar gratis.

Cada día.

Llegó un momento en el que la única cabina que conocíamos, donde aún no se había solucionado el fallo de seguridad, estaba en un pueblo a unos 30 km de distancia, al que sólo se llegaba en tren y en el que vivían algunas amigas que se dedicaban al aupairismo.

Eso suponía colarse en el tren a la ida, buscar billetes sin picar para poder subirte en el de vuelta, andar unos cuantos kilómetros hasta la cabina, en una carretera junto a la campiña, llamar y volver a tiempo de coger el último tren que te permitía no perder el último metro.

En una ocasión, mi compañero Rinconillo y yo, Cortadete, tuvimos que recorrer media ciudad a pie por culpa de un picador de tren demasiado quisquilloso que no supo creerse que ninguno de los dos hablase inglés ni fuese capaz de comprar un título de transporte válido y actual.

El día en el que todo acabó empezó como siempre. Salto de vallas en la estación, viaje de ida de camuflaje, recogida de tickets sin apariencia de haber sido usados al llegar y caminata hasta la cabina.

Allí, Rinconillo se despidió de mí para ir a visitar a las amigas aupairs. Yo me quedaba cumpliendo con mi deber de hacker.

Era de noche y la carretera poco transitada. Y había niebla. No como en Londres, que por mucho que quieran venderla nunca hay. Niebla de verdad, de la de Jack the Ripper.

Yo soy un ejemplo de virilidad y coraje, pero insisto: estaba en medio de la campiña, noche cerrada y tan solo algún coche rompía el silencio exterior, muy de vez en cuando.

No voy a dar más la lata con lo pavoroso de la situación, sólo apuntar que cualquiera de vosotros se hubiese ido por las patas abajo.

Estaba hablando con mi padre. De lo divino, de lo humano, de si comes bien, de si ya te abrigas. Y mi padre que sí, que como bien, que tu madre me abriga… Cuando una luz se acercó por detrás hasta la puerta de la cabina, acompañada de una sirena. Susurré fuerte al auricular, que es eso que se hace cuando quieres que el interlocutor al otro lado te oiga muy, pero que muy bien, evitando a la vez que te pueda oír nadie más a tu alrededor: ¡PAPA, LA POLI, CUELGO QUE MAN PILLAO!

Antes de girarme para enfrentarme a mis antagonistas, tuve el temple suficiente de pulsar el pause y oír como las monedas pronunciaban el reconfortante clink-clink.

Temblando, abrí la puerta valorando la posibilidad de huir y dos agentes se acercaron, circunspectos y enormes. Uno por cada lado.

En aquel caso, se comportaron como un paisano policía:

-    Los papeles.

-    ¿Eh? Sorry, es que soy bipolar. ¡Digooo, border line! Esteeee, español, quiero decir.

-    Passport

Eché mano al bolsillo, donde afortunadamente llevaba hasta el carnet de estudiante y el de cliente Caprabo y se los enseñé todos. Noté como su expresión se distendía y me dio pie a preguntar si pasaba algo.

-    Nothing, buscamos a un prófugo de una cárcel cercana, pero es ciudadano inglés.

¿Ves, como pronunciar jelou, jam, jauarrllu y japiberzdei mola? Fue mi fugaz reflexión antes de saludarles con la mano con lágrimas de agradecimiento en los ojos. Los bobbies se iban.

Llamé de inmediato a mi padre, pensando en dejar sonar el timbre un máximo de cinco tonos. “Si a los cinco no lo ha cogido, llamo directamente a urgencias y pido una ambulancia equipada con desfibrilador.”

No sonó ni media vez. Podía imaginar a mi progenitor aferrado al teléfono de casa, con los músculos en tensión y un tic espasmódico en un ojo.

-    ¿QUÉ HA PASADO?

Pasaba que se me había pasado el interés defraudatorio. No voy a negar que saber que la cabina se encontraba cerca de una prisión de la que dejaban escapar a los internos no me animaba a continuar viajando hasta “atomarpoculo”, pero la simple vista de los polis me había convencido de los beneficios de cesar mi actividad delictiva.


Comentarios

  1. Queremos un libro tuyo!!!! Queremos un libro tuyo!!!!

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  2. Cual quieres, Javi? el lunes te traigo una foto de la estantería y escoges!!

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