La primera impresión que doy puede ser la de una personalidad
arrolladora, una desinhibición y un desparpajo poco comunes, pero la realidad
que se esconde tras esa apariencia de seguridad y aplomo es que me muevo en un
registro de cierta timidez.
El día en el que empecé mi andadura como promotor de bebidas
espirituosas, más concretamente güisqui de una marca que no quiero nombrar y
que aquí llamaremos JOTAVÉ, algo en mí se transformó. A las ocho de la mañana
estaba recogiendo en coche a quien sería mi compañera, que había conocido el
día antes y con quién había intercambiado sólo unas palabras. A las diez de la
mañana nuestro stand estaba montado y estábamos cantando.
Sí, cantando. No tarareando. Ni silbando, ni musitando.
Estábamos cantando. A capela. Y no a dúo. Yo cantaba una canción hasta que Sara
adivinaba el nombre del grupo y el título. A continuación lo hacía ella.
No formaba parte de nuestro trabajo, pero era entretenido y
servía para ir conociendo nuestros timbres y afinación.
Para completar la foto, faltan algunos detalles:
-
Íbamos vestidos con bermudas verde safari, polo estilo
aventurero y gorra de béisbol. Todo marcado con el logo de la marca.
-
Estábamos delante de un stand de cartón, tamaño 4x4, con un
tablero en el centro en el que los clientes podían jugar a los barquitos para
obtener suculentos premios (gorras, toallas, mochilas, pañuelos…).
-
El flujo de clientes en el Pryca Prat, un jueves del mes de
julio en los 90, no era lo que habitualmente se define como constante.
-
A un lado de nuestro stand había otro de promoción del gran
invento de final del siglo pasado: el LASER-DISC
-
Al otro lado una marca en declive también ofrecía regalos a sus
clientes: Coca-cola.
Sara era el nombre de mi compañera y el de la canción que nos
convirtió en íntimos de la noche a la mañana.
Más tarde, cuando hubimos repasado toda la historia reciente de
la canción ligera, supimos que, además, habíamos estudiado en la misma facultad
y que ella había ido al instituto en el que estudió mi novia, a quien conocía.
La vendedora del turno de tarde del stand del LASER-DISC también
resultó ser compañera de carrera y, como nosotros, empezaba por abajo en la
profesión. Por debajo de la línea de flotación: para comprender los entresijos,
como diría el “yomehiceamimismocomotriunfador”.
Con ella también coincidimos en la súbita afición al karaoke. Al
principio nos miró con un poco de recelo, pero una canción de Mecano seduce al
más reacio y en unos instantes se olvidó de las suntuosas colecciones del
National Geographic para unirse a nosotros en lo que se dio en llamar (por el
guardia de seguridad) el lamento quejumbroso del centro comercial.
El trabajo era sólo de jueves, viernes y domingo, durante cuatro
semanas. El segundo fin de semana, cuando llegó el quiosco de cartón desmontado
y nos dispusimos a instalarlo en el lugar habitual, se acercó el vigilante para
advertirnos, con gran prudencia:
- Aquí no podéis estar.
- ¿Cómo?
(contestó Sara)
-
Que no. Que aquí no. Que dice el director que no quiere que
estéis delante de la línea de cajas. Os vais ahí delante, a la calle.
Pudimos montar en cólera. Pudimos rebatir con argumentos
irrebatibles. Pudimos, incluso, llamar a nuestra jefa para que montara en
cólera y rebatiera con argumentos difíciles de rebatir.
Pero salir a la calle nos pareció una idea estupenda. En la
calle había mejor acústica, nos daba el aire y, a no ser que lloviera, el
cartón del stand se mantendría intacto.
Varios factores, a lo largo del día, alumbraron con diáfana
claridad nuestro craso error.
Para empezar, se nos hizo tarde desmontando y volviendo a montar
y nos quedó mal. Muy mal e incompleto. El stand se caía a cachos y una
torrencial lluvia de verano tampoco ayudó a que el aspecto fuese óptimo.
Otro factor fue la ubicación. No era un lugar de paso y nos
aburríamos. No venía nadie a jugar con nosotros.
El tercer y más importante fue la inesperada visita, en aquellas
circunstancias, de nuestra jefa.
Entender la tensión de la situación que se creó requiere una
descripción previa del cuadro que ofrecíamos, por un lado, y de la abrumadora
personalidad de la responsable de la promoción, por otro.
CUADRO: Puesto de promoción en la puta calle, a medio montar,
mojado y con apariencia de estar a punto de caerse. Dos promotores que no
llevan la gorra reglamentaria, sentados en unas sillas a la sombra, detrás del
quiosco, cantando “cien gaviotas dónde irán”, con los ojos en blanco, en trance
creativo.
JEFA: Los hermanos Sánchez-Vicario le hubiesen puesto de mote
“LA PIJA”. Patata en la boca, hija de señor con mucha pasta, nieta de señor con
mucha pasta, licenciada en los yuesei y master en márquetin por Esade. En la
vida nadie le ha dado una orden o le ha llevado la contraria.
Ahora sí. Ahora os podéis hacer una idea aproximada de la
magnitud de la hecatombe:
-
¿Pero esto qué es? ¿Qué diantres eees? Me quedo desolada,
chicos. No tenéis perdón: ¡¡¡UN CERO. Este stand es UN CERO!!! ¡¡¡ESTÁIS
SENTADOS!!!!
(Sorprendentemente, la parte más lamentable de la estampa, para
ella, fue que no estuviésemos de pie)
¿Os he dicho ya que Sara y yo éramos íntimos? Dos amigos íntimos
se entienden con sólo mirarse. Y cruzar miradas nos provocó una risa
incontrolable que no fue de gran ayuda a la hora de convencer a LA PIJA de la
poca culpa que teníamos en el aspecto de abandono y desolación que ofrecía el
conjunto.
Sin embargo, aquel encuentro fue una enseñanza para todos. Sara
y yo, a partir de entonces, nos sentábamos por turnos, mientras el otro
vigilaba. LA PIJA, por su parte, aprendió a anunciar sus visitas para no
llevarse otro disgusto del mismo calibre.
Tras aquel incidente, los días se fueron sucediendo con cada vez
menos sobresaltos. Un buen día, LA PIJA vino por allí para hacer entrega de la
cámara de vídeo. Nosotros la habíamos estado custodiando durante semanas,
atentos a las papeletas que sacaban los clientes, sin saber que la papeleta con
el premio no estaba en la baraja.
La traía nuestra jefa. Nos la hizo poner en la parte superior
del fajo de papeletas para que le tocase a alguien mientras ella y el fotógrafo
estaban presentes.
No nos dio tiempo a amañarlo, nos faltó agilidad. Pero los ensayos
habían dado sus frutos y el ganador del premio fue homenajeado con una versión
libre del “Corazón de tiza” de Radio Futura.
Se acabó la promoción y nuestros caminos se separaron. Con el
tiempo le perdí la pista.
Según los rumores, se fue a Saragosa o a Saramanca, o a algún otro lugar
asociado de forma definitiva con nuestra canción.
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