Durante años estuve
pintando guiones en una libreta.
Unos más largos, otros
más cortos. Unos más gruesos, otros más finos.
Pero todos eran líneas
rectas horizontales.
Un buen día reflexioné
sobre ello. Me dije a mí mismo:
- ¡Coño, tú lo que eres
es guionista!
- ¡¡Vaya!!
(me respondí a mí mismo)
- Pero molaría más si los
hicieses de aluminio o hierro colado
- ¿Cómo?
(me pregunté a mí mismo)
- Ya sabes, guías muy gordas de metal.
Guiones.
- Jajaja. Qué gracia tienes, jodío.
- ¡Tú sí que tienes gracia!
- ¡Basta!
Aquello ya se podía considerar una evidencia: era guionista.
Comprobé cuántas otras acepciones tenía la palabra en un diccionario
del portal Terra y la que más me gustó fue una que decía:
Para hacer honor a la profesión que me había escogido, tenía escribir
guiones de esos.
Urdí un plan que, si hubiese sido infalible, habría acabado con un “me
encanta que los planes salgan bien”, con un puro en la boca y disfrazado de
cocodrilo bípedo.
El plan, que en adelante llamaremos falible para abreviar, consistió
en confeccionar un listado con las direcciones de correo electrónico de todas
las productoras de cine y televisión de la provincia y enviarles una misiva en
la que me hacía el encontradizo. Me proponía, sin tapujos y sin criterio, a
trabajar para el primero que pujara por mi talento en lo que más rabia le diese
a cada uno.
Mi oscura aspiración, por supuesto, era la de conseguir una entrevista
en la que destaparme como un cinéfilo empedernido, un cinéfago, un gafapasta,
un film-maker, el puto Jaume Figueres y convencer a uno o varios productores de
la necesidad que tenían de contar conmigo para su próximo proyecto.
El plan falible para abreviar, hasta aquel instante funcionó. Por
increíble que parezca, durante las siguientes semanas recibí varias respuestas.
Todas por e-mail y la muy mayor parte lamentando no poder ofrecerme nada.
Sin embargo, dos de los correos que recibí contenían la alentadora
invitación a mantener una entrevista con los respectivos productores.
En mi imaginación había resultado muy fácil convencerlos de mi
background, pero asomé una mano desde esa imaginación para ver si llovía y lo
que caían eran plúmbeas losas de realismo que me recordaban que yo, de cine, ni
puñetera idea.
La estrategia, a partir de entonces, consistiría en demostrar ilusión.
La primera de mis entrevistas fue con un conocido (para los expertos)
productor de Barcelona, que también era director de cine (glubs).
Quedamos en su despacho, en una nave industrial reformada y
modernizada de Poble Nou, llena de gente joven atenta a las pantallas de sus ordenadores,
de la marca de la manzana mordida (si quieren que ponga Apple, que paguen).
“Hasta donde alcanza la vista, toda esta vasta extensión, es mío.
Algún día, si sabes cómo conseguirlo, será tuyo”, leí en su mirada mientras
encajábamos manos.
Nos sentamos y me dijo ¿qué?
A continuación pasé un rato balbuciendo que había visto una peli suya,
que no veas que pedazo de productora, que ya ves, yo quisiera pasar aquí
ratillos, en fin… De algún modo, mi conversación le impresionaba tanto que
notaba sus ojos cada vez más abiertos, las cejas más altas y más arqueadas.
Finalmente, me preguntó:
- Bueno, pero tú, ¿qué sabes hacer?
- ¿Yo?
(en una hábil e
inesperada maniobra para ganar tiempo)
- …
- Bueno, yoooo… Yo escribo.
- ¡Ah! ¡Guionista!
(cómo se notaba la
experiencia)
- Sí, exacto. Guionista.
- Y ¿traes algo que yo pueda leer?
- Emmm… No.
-
Pero, ¿me podrías hacer llegar algo
para que yo lo lea?
- Bueno, sí. De hecho, guiones, lo que
se dice guiones propiamente dicho, no. De eso no. Pero tengo escritos algunos
relatos y cosas que lo mismo te interesan o, por lo menos, te hacen de reír.
- Ya.
- Pues nada, un placer, eh? Ya si eso,
como tengo tu imeil, te voy enviando algo, ¿vale?
- Por favor, no dejes de hacerlo. Te lo
ruego.
Entonces desaparecí muy ufanamente del despacho.
Mi siguiente entrevista fue con otro productor de BCN, éste con la
empresa ubicada en el Eixample de la ciudad, en un edificio antiguo y con
solera, de los que el portal da a un chaflán y mantienen la figura del portero.
Me atendió en la sala de reuniones y pronto se descubrió que aquel
encuentro era fruto de un malentendido. No sé qué ponía en el correo que yo le
había dirigido, que él dio por hecho que yo era un genio de las finanzas, un
mago solicitando subvenciones, el puto amo de lo de sacar pasta de debajo de
las piedras.
Cuando le confesé que yo ni siquiera soy capaz de ver esas piedras,
noté la desilusión esculpida en sus ojos como algo sólido y pesado.
Pobre.
Sin embargo, demostró agilidad y cintura. Se rehízo del golpe con rapidez,
acomodó de nuevo el gesto y cambió de tercio.
-
Supongo,
entonces, que eres guionista
(A lo mejor no era tan
inaudito como yo creía y había más gente queriendo escribir guiones. Por lo
menos, empezaba a resultar sospechoso)
-
Sí,
claro.
Entonces, el productor más atrevido de la industria del cine, el más
intrépido, el más audaz, el más insensato, me propuso que le enviase las ideas
que tuviese. Así, tal cual.
-
Pero
cortito. Me envías un mail con lo que se te ocurra.
Joder, qué manera más cojonuda de sacárseme de encima, pensé. Y me fui
admirado. Habiendo aprendido mucho.
Y aún y así, al cabo de unos días se me ocurrieron algunas ideas y le
envié sendos imeils.
En plan: venga, a ver qué se te ocurre ahora para seguir quedando como
un tío guay sin comprometerte.
Y el cabrón lo volvió a hacer. Me llamó y me dijo que le gustaba una
de las ideas y que nos viésemos de nuevo para hablar sobre ella.
A continuación se sucedieron, durante meses, varias reuniones de las
que iban saliendo “cosas”. Primero un hilo argumental, luego una historia,
después una estructura y más tarde unos diálogos que fueron perfilando un guion
para una película.
El resultado final no molaba. Era una cosa rara. Le dimos varias
vueltas, probamos giros nuevos, cambios en los personajes, en las situaciones,
el final, los diálogos… pero nada.
NADA.
Bueno, nada nada, tampoco. Un guion de casi 100 páginas con su Courier
new 12, sus márgenes y sus sangrías correctamente tabulados, su espacio y
medio, sus diálogos, los personajes con nombres cotidianos pero singulares…
formalmente próximo a una obra de arte.
Una mierda, vamos.
Sin embargo, el productor quiso tener una segunda opinión y, a pesar
de confiar en su propio criterio, le envió el guion a un amigo suyo que, a la
vez, es director de cine. Para que le diese la suya.
Delante de mí, llamó a ese director para que contrastar pareceres. El
director, con una evidente mano izquierda, a la pregunta:
-
¿Qué
te parece lo que te envié?
Contestó:
-
¿Me
lo preguntas en serio?
El
productor aún me preguntó si quería que le enviase el guion a otros compañeros
suyos. Yo moví la cabeza de lado a lado, bajé los brazos dejándolos muy
apretados junto al cuerpo y me dejé caer al suelo para salir del edificio
haciendo la croqueta discretamente.
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