Mi vida como CONTABLE





En una reciente reunión de amigos de los de toda la vida, entre risas, cervezas, codazos cómplices y guiños, uno de ellos me explicó algo de mí que yo desconocía.


Es un amigo de la niñez. De esos que le conocen a uno desde antes que uno mismo, como supo demostrar con una historia muy sencilla.


Al parecer, durante una temporada de duración indeterminada, estuve contando las sílabas de toda frase que me era dirigida. Todas. 


-    Raúl, ¿jugamos un veintiuno? (con aflautada voz en falsete de niño de 11 años) (Los que hayan vuelto atrás para leerlo poniendo la voz que se le supone al personaje que se den una palmadita imaginaria de enhorabuena en la espalda. Los demás, no sé a qué esperáis)

-    Diez.

-    ¿Cómo?
-    Dos.


-    En serio, así no se puede.


-    Nueve.

-    Pues no juego.

-    Cinco.


Dejando aparte lo destacable de la habilidad para un niño de aquella edad, la costumbre debió suponer un obstáculo en mi relación con el resto de seres humanos.


Siempre según la memoria de mi amigo, resulta que no sólo no me di por aludido en las repetidas ocasiones en las que los demás me dieron la espalda, aburridos por mi afición, sino que empecé a añadir datos que me convertían en un ser aún más incomprendido.


-  Raúl, ¿quieres la mitad de mi bocadillo?

Trece, cinco agudas y dos llanas. Sin esdrújulas

- Pues vas a merendar una mierda, gilipollas. (con la vocecilla de flauta dulce de antes)

- Catorce, cuatro agudas y tres llanas. Sin esdrújulas.

No soy capaz de recordar aquellos días ni me reconozco como un rainman de las sílabas, pero soy capaz de imaginarme como niño, basándome en la experiencia acumulada posteriormente sobre mí mismo, agobiándome cuando me distraía en mitad de una conversación, inventándome el número de sílabas y con un nudo en el estómago, esperando que en cualquier momento alguien que sí las hubiese contado me gritase:

- ¡¡¡IMPOSTOR!!!

- ¡¡¡Tres, aguda!!! (no tendría más remedio que contestarle)


Sin duda, esta reducida y olvidada etapa de mi vida es lo más cerca que nunca he estado de entender un asiento contable, un libro de cuentas o la mierda esa del debe y el haber.

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