Mi vida como POETA

Una tarde de domingo lluviosa y desapacible, mi hija me propuso un juego.

"Se trata de salir al patio y mojarse y saltar en los charcos y el primero que muera de pneumonía pierde".

Me gustó la idea, pero mi mujer no nos dejó. Acotó el abanico de posibilidades a juegos indoor.

Nos estuvimos devanando los sesos durante interminables segundos hasta que a ella se le volvió a ocurrir:

"Uno dibuja un objeto en una libreta y el otro tiene que hacer un poema de cuatro versos sobre ese objeto"

Yo propuse cambiar los cuatro versos por el formato de un Haiku, pero Anira se mantuvo firme en su propuesta, se cruzó de brazos y empezó a hacer mohines, con los ojos brillantes y un sonoro temblor en la barbilla.

Cedí y dibujé una silla:


En ella puedes reposar
y así las piernas descansar,
no lo puedes evitar
y en ella te tienes que sentar.












Parecía divertido. "Dibuja algo", la reté:




¡Qué horror!
¡Qué espanto!
El bicho de dentro
me está mirando.










Nos estábamos picando:






Se parece un poco a tí,
pero él es un maniquí.
Tiene tu figura,
pero él es de costura.












Vamos Anira, dibuja!


- ¿En serio? ¿Qué es eso?
- Una bici.
- Ah... pues:

Eres una bicicleta
a la que le gustaría tener tetas.
Como te han pintado unos drones
te conformas con dos cojones.

El nivel se mantenía a una altura lamentable, pero la tarde iba pasando en la calle. 



Whatsapp, facebook e Instagram,
a cuantas cosas te puedes enganchar.
Es de última generación
y tiene WiFi hasta en la estación.









Messi te da patadas.
No me gusta que te maltraten.
Ojala le maten,
al enano de mierda.










A esas alturas, habíamos escrito ya todas las rimas asonantes y consonantes que nos sabíamos, así que, desafiándonos con la miradas que debieron dedicarse Góngora y Quevedo, abandonamos la partida.




Comentarios