Mi vida como STEVE JOBS





A continuación, como gurú de los negocios y pionero de casi todo y basándome en las incontables experiencias que me convierten en Dios, voy a daros unos consejos sobre:

COMO AFRONTAR UNA ENTREVISTA DE TRABAJO.

Existen infinidad de maneras de enfrentarse a un proceso de selección. 

De entre el extenso rango de estados de ánimo, el primero que hay que descartar, a la vez que el más frecuente, es el de la ansiedad.

Con ansiedad, no. NO. MAL. 

Lo más fácil es que la persona encargada, no ya del proceso en sí, sino de la recepción de la empresa, identifique ese estado y, como poco, se asuste y pulse el panic button que todo buen recepcionista debe de tener bajo la mesa.

Tras escasos segundos, tu ansiedad se verá aumentada al verte rodeado de policías y bomberos, una ambulancia y un capellán, que habrán acudido a la llamada de socorro de la persona a cargo de la entrada y, por ende, primer bastión de la seguridad de la compañía.

La parte positiva de ser un o una agonías es que, a pesar de suponer un mal trago, la entrevista no suele alargarse más allá del tiempo que los servicios de emergencia tardan en personarse.

A continuación exponemos una situación real para ilustrar el resultado de presentarse a una cita de este tipo en un estado de ansiedad revelador.

LA CITA ANSIOSA.

5 de la mañana de un martes. Fuera es noche oscura, en la cocina, Julián se prepara su tercer café mientras repasa las notas que ha ido tomando durante la última semana. La historia reciente de la empresa que pretende entrevistarlo: Mistel. Especializada en la producción y distribución de una enzima que completa los ingredientes de multitud de edulcorantes que encontramos en el mercado.

Julián es administrativo comercial, necesita demostrar que su candidatura es la más preparada por formación, por información, por interés y por actitud.

Va a full. 

Lleva días explorando internet en busca de cualquier dato relevante respecto a la empresa y al mercado. Conoce a los mejores clientes, a los grandes proveedores, los canales de venta, precios y competencia. Tiene una copia de la estructura jerárquica de la empresa, (que es multinacional y cuyo chairman es coreano) colgada en la cabecera de su cama. Se sabe los nombres de gran parte de los miembros del consejo de administración.

Es capaz de citar los ingredientes y composición química de los tres edulcorantes líderes en el mercado.

Y eso que es de letras.

A las 7 de la mañana ya ha desayunado dos veces. Está encerrado en el baño con descomposición, posiblemente debida a la ingente ingesta de café.

Sale del baño tras media hora de sudar obrando. Se mete de nuevo en la ducha. No será la última antes de las 10, la hora a la que se le espera en las oficinas de Mistel.

Su hija entra en el baño mientras él se seca con una toalla que no puede absorber ya más humedad y le deja la espalda perlada de gotitas.

Especialmente dotada para el drama, su hija le mira con ojos de miope, hinchados y llenos de legañas:

-   Papa, papa, esta vez sí, ¿verdad? Esta vez te van a dar el trabajo. ¿A que sí? Y tu nuevo sueldo va a permitir que pueda ir de colonias como todos mis compañeros y que por fin pueda comprarme las gafas que tanta falta me hacen.

Y derrama una lágrima gorda que rueda, rotunda, mejilla abajo.

Mientras se viste, Julián se repite a si mismo con insistencia: “Mi hija sin sus Ray-ban, NO. Ni un día más sin unas Ray-ban.”

Vuelve a planchar, una vez más, la camisa.  Se anuda la corbata, se la afloja, se la vuelve a apretar, prueba un nudo diferente. Le queda mal, se la quita, se la mete en el bolsillo de la americana y sale de casa.

Entra de nuevo y, frente al espejo del pasillo, se echa la corbata al cuello y ensaya el nudo definitivo. 

Satisfecho del resultado, sale de casa dejándose las llaves en la cerradura.

Conduce hasta el aparcamiento de Mistel, S. A. con la espalda erguida, sin apoyarla en el respaldo del asiento para no arrugar la camisa. 

Así en caliente, no. Pero por la tarde notará el punzante dolor de riñones por el escorzo continuado.

Una última comprobación de lo firme que ha quedado el nudo de la corbata frente a la puerta de vidrio de la empresa, antes de empujar y después tirar (push siempre significa pull cuando te domina el ansia), para que la corporación que produce enzimas lo engulla por debajo.

El primer escollo es una recepcionista mayor e hiperactiva.
Sin quitarse el pinganillo de la oreja, dirige la centralita, a los mensajeros que entran y salen continuamente y controla el nivel de agua de la cafetera, así como su sandwich de jamón dulce, expuesto impúdicamente sobre el mostrador.

Al primer “qué desea” que Julio detecta, empieza a dar las explicaciones que ha ensayado previamente en el espejo de su armario:

-   Hola, vengo a entrevistarme con el Sr. Gómez, con quien he acordado una cita previamente. Se enmarca en un proceso de selección en el cual me veo inmerso, ¿sabe?

Es entonces cuando advierte la mano de la telefonista levantada ante su cara, pidiendo que interrumpa su discurso para, posteriormente, señalarse el auricular. Con gestos de mimo, le indica que está H-A-B-L-A-N-D-O.

La señora se despide de quien sea que está al otro lado de la línea y repite un “qué desea”. 

Julio ya no se fía. La señora le mira interrogante. Julio duda. Finalmente, se decide y comienza de nuevo:

-   Hola, vengo a entrevistarm…
-   Un momento, por favor, que me está entrando una nueva llamada.

A la séptima vez que oye el “qué desea”, contesta atropelladamente, sudando y con las manos retorcidas sobre la mesita que les separa:

-   ¡Con Gómez!

Sin perder la sonrisa reglamentaria, la empleada le pide que suba las escaleras y se siente en una sala de espera, donde le avisarán por su nombre.

En la habitación se encuentra con otros doce candidatos. Es el trece. Julián no es supersticioso, pero claro.

Saluda y se sienta, mirando a los demás por el rabillo del ojo (que para este tipo de escrutinios tiene un índice de flexibilidad notable) y se hace cargo, rápidamente, de cuál es la situación.
Se trata de siete atractivas féminas y cinco apuestos caballeros. Los cinco con camisa formal y SIN CORBATA. A simple vista, calcula que él es el de más edad de los trece. Todos parecen muy seguros de sí mismos, muy profesionales. Suficiencia es la palabra que los define, uno por uno. Si alguien entrase en la sala sin saber qué pasa allí, no sería capaz de adivinar que doce de aquellas personas buscan un trabajo.

A Julián sí se le nota. Julián lo lleva escrito en la agónica mirada. Esculpido en el rictus de sonrisa congelada.

El observador imparcial no aparece y, tras veinte minutos de tensa espera, un cuchillo corta el aire atravesando la sala, golpea en una puerta que había pasado desapercibida a todos y ésta se abre, asomando por ella una cabeza poblada de blancas canas, unos cuernos rojos y unas alas negras. Todo en colores muy básicos, como pintado por un niño con plastidecor.

Contra lo que algunos esperan, entre ellos el sudoroso Julián, les hace pasar a todos a una habitación contigua, con grandes ventanales y una mesa de reuniones en medio.

Se sientan alrededor de la mesa. Expectantes todos, excepto una de las muchachas, que además está expectorante. No para de toser y el adonis que se sienta a su lado adopta un mohín de desaprobación que, en su gallardía, resulta sexy. Todo esto lo comprueba Julián, atento, gracias a la cara de conformidad y la media sonrisa con que le mira la chica que se sienta al otro lado del de las muecas, a quien nuestro hombre ya ha bautizado como “el mohicano”.

El juego de cruce de miradas es tan complejo, que Julián prefiere bajar la vista y concentrarse en sus propias manos. Concretamente, en un padrastro que le asoma junto a la uña del pulgar derecho.

Se lo muerde disimuladamente y se hace un poco de sangre, que chupa con avidez, poniendo los ojos en blanco. Afortunadamente, los demás aspirantes siguen mirándose de reojo entre ellos, intentando demostrar quién es más cool, entretenimiento en el que Julián ha quedado previamente descartado.

Gracias a ello, ninguno de los presentes relata al llegar a casa que, entre los candidatos, estaba Drácula chupándose un dedo.

El demonio, disfrazado ahora de conductor de la dinámica de grupo, entra en la habitación para presidir la mesa y, en un tono amistoso y distendido, les insta a presentarse, uno por uno. 

Pero, atención: antes deben de reunirse en parejas y explicar a su compañero qué parte de sí mismo quiere que sea comunicada a modo de introducción.

Son trece. Número impar. Julián se gira hacia la chica de su izquierda que, para entonces, ya le ha dado la espalda y ha iniciado una conversación con el adversario contiguo. Se ve tentado de tocar su hombro con el dedo, para reclamar la atención perdida. Pero entonces recuerda que a su derecha se sienta otra muchacha de voluptuosas curvas y elegante indiferencia, hacia la cual gira los obligatorios 180º. También ocupada.

-   Ocupadaaa (contesta al notarse requerida).

Entonces mira implorante al frente. El empleado de la compañía que dirige la actividad le devuelve la mirada.

-   Tú, Julián, serás mi pareja.

En su azoramiento, Julián se levanta con exceso de ímpetu y tumba la frágil silla de diseño que había soportado su peso, rencorosa. Murmulla una disculpa mientras la recoge del suelo y la devuelve a su digna posición original. Se dirige entonces hasta donde está el dinamizador que, distraído con unos papeles, alza la vista y le comenta:

-   No, pero no hace falta que te levantes. Enseguida vengo.

Julián le espera mirándose el padrastro.

-   Vaya, tienes una herida ahí.
-   ¿Eh? No, no es nada.
-   Me llamo Munné, soy responsable de relaciones laborales y comunicación interna de Mistel, llevo nueve años en la empresa. Estoy casado, tengo 43 años y tengo tres hijas de 4, 7 y 12 años.
-   Uy, encantado. ¡Tres hijas! Y ¿se portan bien?
-   Vamos, dime quién eres, tenemos que presentarnos y la actividad está a punto de acabarse.
-   Claro, soy Julián. Claro, sí, sí. Julián. 39 años para servirle a usted. Claro, yo me presento.

Sin tiempo para más, el ángel de las tinieblas da dos palmadas. Todo el mundo guarda silencio y atiende a sus instrucciones.

Las parejas empiezan a presentarse mutuamente. Casi todas son chico-chica y se respira complicidad, agresividad, eficiencia y profesionalidad.

Y cierta tensión sexual.

Por último, llega el turno a la pareja Munné-Julián.

El anticristo cede la palabra a nuestro héroe:

-   Hola. Este hombre de aquí es Munné. Tiene tres hijas y se portan muy bien, cada una con su edad, que son distintas. Las tres. Luego está aquí desde hace, no sé, 40 años o así, relacionándose con la comunicación. Es un gran amigo de sus amigos, feliz con la vida que lleva y un profesional como la copa de un pino. Demos la bienvenida con un fuerte aplauso a Munné.
-   Munné es mi apellido, me llamo Josep. Deberías haberlo preguntado.
-   Ay, mucho gusto, Josep.
-   El candidato al que voy a presentaros es Julián Martínez, licenciado en económicas por la universidad Pompeu Fabra en 1998. Ha trabajado en multinacionales relacionadas con la confección, el tratamiento de aguas residuales y las bebidas isotónicas, siempre en departamentos financieros y ocupando, gradualmente, puestos de mayor responsabilidad. Vive en Mataró y tiene como hobbies la lectura, el cine y el bádminton.
-   Pero yo, no…
-   Y con esto, damos por terminada la actividad. A partir de ahora, os vais a dividir en tres equipos y plantearemos una nueva dinámica. 

Lucifer se había inventado absolutamente todos los datos, salvo el nombre y el apellido. La mal disimulada indignación inicial dio paso a una sensación de desahogo, al comprobar que sus oponentes le observaban con una nueva mirada. A Julián le pareció que los hombres le contemplaban con envidia y las mujeres con lascivia.

En aquel momento, decidió que tenía que probar aquello del bádminton, fuese lo que fuese. 

Escruta de soslayo a sus compañeros de equipo, Marta, Xavi, Fedra y Evelyn, a la vez que Josep Munné desgrana las reglas del juego que propone como dinámica:

-   En la finca en la que vuestro equipo de rescate trabaja, ha habido un accidente múltiple y, en un pozo del que no se puede salir sin ayuda, han caído seis personas. El rescate de cada una lleva unos 30 minutos y sólo puede salir uno en cada actuación. El tiempo máximo que puede sobrevivir una persona en el fondo del pozo es de, aproximadamente, un par de horas. Alguien en muy buena forma física, puede que hasta 2 horas y media.

Eso significa, como algunos habréis deducido ya, que no se puede salvar a todos.

Quienes se han quedado atrapados tienen un nombre y una historia que les define como personas.

Tenemos a Anna, una chica joven y muy sexy, de 18 años, estudiante de bachillerato y enamorada en secreto de Kevin, que se prepara para ser bombero.

A su lado está Pere, un jubilado de 75 años, viudo y de carácter duro y un poco cascarrabias. Hace un par de años tuvo un infarto y, desde entonces, anda delicado de salud. Por las tardes, cuida de su nieta Lucía, de 7 años.

Comparte fondo de pozo con ellos un desempleado de 44 años, de nombre Juan. Ha sido militar y tiene conocimientos de supervivencia, así como problemas con el alcohol. Se acaba de separar por este motivo y está asistiendo a terapia.

Ferrán es el siguiente. Es un comercial de congelados de una empresa familiar de Manresa. Conduce un coche estampado con el logo de la compañía y viste traje gris y corbata con una chapa identificativa. Tiene 28 años y no tiene pareja, ya que durante los últimos 10 se ha dedicado a cuidar de su madre enferma, con quien todavía vive.

Mª del Mar es otra de las personas que se han quedado atrapadas. Se trata de una mujer de 35 años, casada con Josep y embarazada, la muy hija de puta, de un conocido de la pareja.

Perdón, su marido se llama, ehm… ¡Julián!

Por último, tenemos a Antonia. Ciega por culpa de una enfermedad degenerativa, a sus 36 años es madre soltera de un niño de 10 que ha heredado su enfermedad y, si no se opera antes de los 14, perderá también la vista.

Julián es incapaz de reprimirse y levanta el brazo a la vez que exclama:

-   ¡Yo esa peli la he visto, que sale la cantante esa, la Björk y al final el malo es el poli! 

Y ya con menos convicción, añade:

-   Son preciosas las canciones.

El estruendoso silencio que cubre al grupo precede a la voz de ultratumba de Munné, anunciando que “vuestros 20 minutos empiezan ya”.

En el equipo de Julián, es Evelyn quien toma la palabra. Su primer argumento es que las personas deben de ir saliendo por orden de edad. Las más jóvenes, que tienen más por vivir, primero.

Xavier la mira con escepticismo: “eso quiere decir que dejarás morir al anciano y, probablemente, al alcohólico. ¿No han sufrido bastante? ¿Es que no tienes corazón?”

Marta interviene para indicar que, por lo que se desprende de la exposición, el comercial de Manresa es una buena persona que merecería ser el primero en ser rescatado y, siguiendo ese criterio, la zorra que es esposa de Julián debería ser la última.

“Pero está embarazada”, opone Fedra.

“Es cierto, ¿qué culpa tiene el retoño?”, afirma Xavi.

Entonces, es Evelyn quien repara en que Julián ha permanecido callado durante toda la discusión. Se dirige a él para preguntarle:

-   Y tú, ¿qué opinas?

Julián mantiene silencio durante unos segundos más, evidentemente concentrado en la solución definitiva. La pausa dramática alimenta el nivel en las expectativas de sus compañeros de equipo, que le apremian con la mirada y la crispación de sus expresiones, cogidos de las manos entre ellos. Finalmente, sentencia:

-   Yo no sé si quiero trabajar en un sitio donde hay pozos tan peligrosos, que tengo familia y soy mayor y lo mismo me dejáis morir. 

Tras su intervención, Julián se siente súbitamente despojado de toda tensión. Se levanta, abriéndose paso entre la madeja de seres humanos de raza candidata que se ha formado en la sala, apartando miembros, pisando cabezas, saltando sobre ojos desorbitados que cuelgan del techo para, sin mirar atrás ni una sola vez, abandonar Mistel, S.A. Evidentemente, con la premonitoria frase del diantre Josep Munné persiguiéndole, pegada a su nuca, respirándole en el cogote:

-   Ya te llamaremos.


Vale, ya veo que me habéis pillado. Lo reconozco, no soy Steve Jobs, que sois muy avispados, que ya sabemos que está muerto. Soy Joseph Ajram.

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