Mi vida como SUPERHÉROE




Cada superhéroe tiene su antídoto. Unos súper-poderes se contrarrestan con sus súper-debilidades antagónicas.

Superman es la polla en bicicleta si no tiene una china verde y reluciente a una distancia prudencial pero, cuando le acercan la kriptonita, se convierte en un moñas sin ningún poder, ya sea súper o diesel.

Lo mismo pasa con la Estela Plateada, Hulk o Montoro, todos tienen su lado frágil, su punto flaco.

Yo tengo la habilidad de no olvidar nunca una cara. Soy un gran fisonomista. A la vez, tengo la facultad que neutraliza este poder: la de no recordar los nombres.

El yin y el yan.

Voy con frecuencia a un bar cuyas dueñas son dos hermanas mellizas.
La mayor parte de los habituales tiene serias dificultades para distinguirlas y lo manifiestan a voces:

-          ¡JODER, NO HAY QUIÉN OS DISTINGA!

Exclamación a la que siempre sigue un coro de risas sonoras, por el volumen con el que son emitidas y por la mala acústica del local, que es una olla de grillos.

Una de las hermanas se llama Isabel, creo. Y la otra lo que sea, nunca me acuerdo. Pero no las confundo. Las miro y sé perfectamente cuál es cuál. Ni una sola duda respecto a las caras, que para mí son completamente diferentes.  Sólo que nunca sé cómo se llama cada una, lo cual me resta poder y me convierte en una persona normal, de a pie.

De esta forma, cada día se repite el mismo diálogo con el camarero.

-          ¿Qué te pongo?
-          Mmm… Oye, ¿esa de ahí es Isabel o la otra?
-          Y yo qué sé. ¿Qué te pongo?
-          Pues ponme lo que sea.

Seguramente, un hombre de acción, un héroe, debe de usar sus poderes con responsabilidad y discreción, tiene la obligación de protegerse y defender a los suyos y no puede permitirse la licencia de hacer públicas sus flaquezas. Pero yo estoy muy cansado y ya me da igual lo que sea que Isabel.


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