Mi vida como PUNKY




Es domingo, son las 7 de la mañana y amenaza con llover. No es el domingo el que amenaza con llover nada, es la atmósfera quien formula la amenaza. 


Bueno, eso.


A esas horas, el mossén duerme abrazado a la botella de moscatel.


Algunas niñas se sientan en el bordillo del parking de la discoteca, con la cabeza sujeta por un maromo y vomitan el vodka engullido a palo seco durante la noche.


Los mossos d’esquadra retiran vehículos requisados en sucesivos controles de alcoholemia, en grúas conducidas por señores con ojeras.


Parte de la fauna que puebla esta mañana de domingo, es también una caravana de unos 7 u 8 coches que salen de Mollet en dirección al Bages.


Una vez alcanzado Sallent, los vehículos escupen a una muchedumbre enfundada en mallas compresivas, que se acerca hasta las mesas que la organización ha dispuesto para la entrega de bridas, dando saltitos que demuestran impaciencia de animal salvaje, de alimaña oliendo sangre, de corredor de montaña retenido en la salida. Aunque puede que algunos saltitos se deban a que hace un poco de frío.


Bridas, sí. He dicho bridas.


Si eres Punky, llevas una brida en la muñeca. Punto.


Si eres muy Punky, puedes pedir que te atraviesen el brazo o la nariz con la brida. 


Pero tan punkies no somos.


La brida no sólo otorga status y marca diferencias con el resto de mortales, sino que te ofrece la oportunidad de, al acabar el recorrido, arrancarle la cabeza de un bocado a un murciélago o, opcionalmente, comerte un bocadillo de butifarra.


En la zona de salida se van amontonando las endorfinas en puñados, agrupando a parejas, tríos y póqueres delante de objetivos que inmortalizan el ambiente.


Alguien, presuntamente de la organización, dice que ya se puede empezar a correr en la dirección que a cada uno le parezca correcta y, sorprendentemente, todos los punkies tomamos la misma y a nadie le da por ir despacio o en silencio.


Es esa falta de silencio lo que más agradecen los vecinos próximos. Algunos habían olvidado poner la alarma una hora antes de misa y la estampida de ruidosos y madrugadores optimistas les permite despertar a tiempo de cumplir con sus obligaciones dominicales.


Optimistas, porque los primeros metros son en subida pero nadie lo toma como una premonición, sino como una anécdota divertida, un chascarrillo que te va quitando el resuello pero aún no te obliga a callarte y concentrarte en un punto, metro y medio más allá de tus pies.


En las primeras subidas se empiezan a apreciar nuevas similitudes con el movimiento Punk original. El de los 70. Como para los Sex Pistols, lo importante es el mensaje, que se escuche y se entienda, no el valor estético del mismo. Así, los corredores que van hablando mientras toman grandes bocanadas de aire, hablan entre resoplidos y emiten constantes gallos, se hacen entender y se les quiere igual, sin resentimiento.


Llegan los avituallamientos y es en ellos donde los nuevos se dan cuenta de que esto no es lo mismo y los que no somos nuevos nos acordamos de que lo mismo no es. 


El primero es el más serio. Gente con vocación de servicio, atenta, dedicada a su carrera de avituallador, concienzuda y trabajadora, de los que levantan un país. Ofrecen bebida, comida, consejo, información, conversación y consuelo. La compañía es tan grata que muchos punkies se detienen durante horas, motivados también por la pendiente del sendero por el que, a partir de ahí, sigue el camino.


Pasan los kilómetros de castigo para las piernas entre matorral bajo, bosque espeso y personas altas de la tierra media. Tan pronto pisas el canto de una piedra, como te retuerces el tobillo en una regatera, como resbalas en el barro, como metes un pie en un charco. Disfrutando a tope, vamos.


La siguiente parada viene precedida de un salto al vacío y una voltereta encima de un edredón que cubre con pudor la desnudez de unos jergones. En este avituallamiento hay unos caballeros a los que en adelante, para abreviar, llamaremos los cabronesdelapollarecords, te invitan a brincar, a revolcarte, a retozar, a ser una puta estrella del rock y, sobretodo, a apartarte cuando son los cabronesdelapollarecords los que se arrojan al vacío en vigorosos y audaces escorzos a calzón bajado hasta las mismas rodillas.


En este punto lo del comer, la información y la conversación pasa a segundo plano. 


No sin melancólicos gestos de adiós y alguna etílica lágrima resbalando por los mofletes, todos los corredores van abandonando la dantesca escena para encarar la subida más cruel y desalmada del recorrido. Sin embargo, al final de esta cuesta espera la impagable recompensa de ver un pesebre de tres figuras en el mes de marzo. ¿Quién iba a esperar algo así? ¡Memorable!


Sin comerlo ni beberlo…


Bueno, sin comerlo a secas, nos plantamos en México lindo y querido. “Tú eres mi wey y está padrísimo, hijo de la gran chingada, que viene la migra” es todo el vocabulario que me da tiempo a aprender, el imprescindible para sobrevivir durante los 30 minutos que dura nuestra incursión más allá de la frontera con Texas. 


Con la espalda mojada, tomamos la dirección de lo que serán las últimas veredas por las que iremos atrochando para llegar de nuevo al punto de partida. 


En una Punk-trail, a cualquiera que pregunta “qué tal”, se le contesta “suputamadre” como confirmación de lo mucho que se ha gozado. Eso sí, luego entras en detalle lo suficiente para que, dos horas de comentarios más tarde de haberte comido el bocata, la amenaza de lluvia casi palpable te obligue a huir como un punky de secano, de los que no han pisado Carnaby St. en su vida, de los que llevan falsas dilataciones, de los que se fijan la cresta con laca de l’Oreal.


Me voy, pero no es un adiós. 


Es un hasta luego Lucas, en esta ocasión literal.


Mientras me alejo, me cruzo con un coche rebosante de cabronesdelapollarecords.



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