Mi vida como TESTIGO PROTEGIDO




Anteanoche, unos amigos de mi hija se quedaron a dormir.

En aras de procurarles un reparador descanso, rescaté del trastero, adyacente a la plaza de parking subterráneo, un colchón que guardo para este tipo de ocasiones.

Llegada la noche siguiente, la ausencia de más infantes que los que nos son propios, nos indicó la pertinencia de retirar el colchón y trasladarlo a su guarida original. Que tropezase dos veces con él ayudó a tomar la dolorosa decisión.

En ese preciso instante se inicia la historia que nos ocupa.

Mi mujer acaba de llegar. Me ofrezco de manera voluntaria a no preparar la cena y, a cambio, me asigno la tarea de esconder el ínclito colchón.

Cojo el ascensor, bajo hasta el parking y, enfrente de la puerta del trastero, me doy cuenta de que no llevo la llave.

Apoyo el colchón en la pared, me monto de nuevo en el ascensor y subo a casa para coger la llave. En ese momento, decido que puedo aprovechar para aparcar el coche, así que salgo a la calle, entro en el auto y lo conduzco hasta la puerta del aparcamiento.

Delante de esta puerta caigo en que no llevo el mando, así que doy la vuelta a la manzana, aparco en doble fila con las luces de emergencia y entro en casa a preguntar ¿dónde coño está?

Mi mujer no lo sabe, pero cree estar segura de haberlo dejado en el coche, así que sale a la calle mientras yo vigilo el cordero con atención, que me mira impertérrito desde la sartén, retorciéndose de calor.

Lo busca en el interior del vehículo, sin éxito.

Dubitativa, vuelve a estacionar en el hueco original y entra en casa.

Registra su bolso y, milagrosamente, aparece el mando contoneándose, bailando la conga, brillando con luz propia.

Me lo da y salgo de nuevo al inhóspito mundo exterior. Conduzco de nuevo el automóvil, lo aparco con cuidado en su sitio, no sin antes guardar el jergón con éxito, me subo en el ascensor, salgo de nuevo a la rúa, trepo a la moto, la llevo hasta el parking, guardo el mando, subo a casa y me derrumbo ante la mesa, agotado.


Mientras todo esto sucedía, mi vecina, la del segundo, la que vive asomada a la ventana, la que tiene los ojos perennemente abiertos y desplaza las pupilas en oblicuo, la que se mimetiza con el visillo, la que tiene la piel de nácar porque la fachada está en la cara norte y no ve el sol, la que se alimenta con una sonda para no perder detalle, ha estado atenta a la escena, interpretándola de la siguiente forma (y tomando notas de voz con su grabadora de mano):

-19:48. La vecina rara y despeinada ha llegado. Ha aparcado el Hyundai blanco a unos 42 cm. del bordillo, como siempre.

-19:51. Se oye el ascensor y no entra ni sale nadie del edificio. Alguien baja al parking.

-19:53. Vuelve a oírse el ascensor.

-19:54. El vecino de la barba, el asqueroso que niega el saludo a mi marido, sale del bloque y se dirige al coche. Se va en él.

-19:55. El vecino regresa. Deja el coche en doble fila y busca algo en los asientos y el salpicadero. Probablemente drogas o marihuana o porros. Entra de nuevo en su casa.

-19:56. La mujer de los malos pelos vuelve a salir. Rebusca lo que no ha encontrado el marido. Veo brillar algo en el interior, puede que sea un microfilm. Deja de relucir instantáneamente, ha debido de encontrar un buen lugar donde esconderlo. Aparca de nuevo a unos 35 cm. del bordillo y sale del coche para introducirse en su domicilio.

-19:58. Me cago en mis muertos. El vecino feo sale otra vez. Aquí pasa algo gordo. Se sube en el coche y se va.

-20:01. No doy crédito, no puedo creer lo que veo. El barbas sale de nuevo del edificio. Lo que esta noche se está cociendo no tiene precedente en el barrio. ¡Ah! Bueenooo, bueno. Ahora se sube en la moto y desaparece con ella.

-20:15. Sin noticias de los raros. Han entrado en el bloque los del 3º 2ª y la del 1º 1ª ha salido con la bolsa de basura, sin reciclar los envases de plástico.

Las evidencias comienzan a ser suficientes para probar mi teoría. 

Estos dos, en su día, estuvieron involucrados en un crimen de la mafia a la que, con toda seguridad (solo hay que verlos, mamarrachos) pertenecían y, a cambio de testificar, esquivaron la condena. El gobierno les facilitó una nueva identidad, les consiguió una hija de pega en un orfanato ucraniano y los metió en el bajo 2ª a la espera de que los gerifaltes de la cosanostra fuesen cayendo. Ahora deben de sentirse amenazados, quizá alguien los ha descubierto y están ocultando información crítica para poder zafarse en caso de necesitarlo.

Soy un hacha, todos estos años encajada en la ventana tenían que proporcionarme este poder de deducción que, combinado con la habilidad observadora y la ausencia de almorranas (que me permite mantener la posición durante horas), me han acabado caracterizando.


Maldita sea, nos han descubierto. Va a haber que neutralizarla.

Las palabras exactas de los muchachos de la agencia son: “haremos que parezca un accidente”.

Estremecido, sólo acierto a añadir:

      -A ver si se puede hacer algo también con el marido, que es un gilipollas.


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