Mi vida como INQUILINO




A lo largo de mi dilatada carrera como usuario de inmuebles ajenos, he disfrutado de innumerables oportunidades para demostrar una capacidad de adaptación fuera de lo común. Las que he aprovechado sí que se pueden numerar, pero me da tanta pereza que buah.

En aras de vencer de algún modo esa vagancia, cuento con la colaboración de algún lector avezado e instruido que se avenga a repasar esta entrada, hacer un recuento y amablemente publicar el resultado en los comentarios, donde todos podamos, por fin, disponer de un dato tan indispensable.

Corría el año 2004 cuando, pocas semanas después de dar a luz un bebé que luego se convertiría en una preadolescente de humor cambiante y los inconvenientes de esa turbulenta etapa, mi mujer notó que en el piso que teníamos alquilado no había agua caliente. Quiero decir: de repente, no que hubiésemos necesitado de varias semanas para percibirlo. Un día había agua caliente y al cabo de unas horas, ya no.

Con una confianza ciega y absolutamente justificada en mis habilidades, mi mujer me llamó al trabajo para comunicármelo. Oí sus explicaciones a medias, entrecortadas por el llanto de nuestra hija, más frecuente y estridente de lo que sería deseable y zanjé de forma rápida y eficiente el asunto:

- llama al propietario.

Al cabo de varios minutos, recibí una nueva llamada, esta vez de mi esposa pero con la niña llorando de fondo.

- que dice la dueña que se hacen cargo de la reparación de la caldera, pero que no le va bien en este momento y que si nos hace falta el agua inmediatamente llamemos nosotros al servicio técnico y le pasemos la factura.

De nuevo, intervine eficazmente:

- llama al técnico.

El técnico vino, arregló la caldera y dijo "son 90 euros". Mi mujer no disponía de efectivo y pretendió pagar con tarjeta. El técnico dijo que con tarjeta no, pero que la acompañaba a un cajero.

De esta forma, mi cónyuge salió de casa con muchas penurias, con los tirantes puntos del parto aún recientes, con la niña llorando en el carrito, sin haberse podido duchar aún, lloviendo a mares y atravesando varios cementerios de elefantes para llegar hasta el otro lado de la ciudad, donde por fin encontró un banco donde obtener el dinero con el que pagar al operario de calderas. 

Puede que exagere un poco, puede. A lo mejor no llovía y puede que en el Vallés Oriental no se conozca ningún cementerio de elefantes. También es posible que el cajero estuviese en el barrio.

El joven mecánico expidió un tiquet a modo de justificante que mi consorte guardó en el bolso de los pañales. Volvió a casa, dio de comer al rorro, se duchó y descansó, no sin antes llamarme para relatar los hechos.

- esta tarde voy a llevarle el papel de la reparación al arrendador.

Repuse, solícito.

Pero se me olvidó.

Pasaron los meses y el contrato de alquiler se extinguió. Debíamos dejar el piso en el mismo estado en el que lo tomamos, así que pintamos las paredes y el día de la revisión le presentamos al casero el tíquet de la reparación.

El hombre lo miró y dijo que no nos lo iba a abonar.

- ¿Porqué?
- Porqué no es una factura y no me lo puedo desgravar.
- Pero...
- La ley me ampara.
- Jajaja (reí creyendo que, por una vez, se estaba mostrando simpático y me gastaba una broma. Segundos después la sonrisa se me congelaba en la cara al advertir que el tipo hablaba tan en serio como de costumbre)

Quedamos en que, al día siguiente, entregaría las llaves y él me devolvería el dinero del depósito, íntegro ya que el piso estaba en las condiciones requeridas.

Planeé mi respuesta durante las 24 horas de plazo. En mi cabeza, el discurso que supondría el ZASCA más grande que aquel señor había recibido en su vida, la humillación pacífica, la vergüenza esculpida en su estúpida e impasible cara.

Fui sólo, sin miedo. Me temblaban un poco las manos de la excitación de saberme ganador del combate dialéctico, pero no tanto como la voz cuando el alquilador me tendió el sobre con la pasta, lo conté y a continuación me pidió las llaves:

- ¿Estas llaves? (sacándolas del bolsillo). No. No te las doy.
- ¿Porqué?
- Porqué yo sé que son tuyas, sé que te las tengo que devolver, pero no me sale de los huevos dártelas, igual que a ti con el arreglo del calentador. 

Al tiempo que se daba la vuelta, me amenazaba con denunciarme.

Esa reacción interrumpió el resto del discurso que yo había estado ensayando frente al espejo, pero que murmuré en voz baja, silabeando dentro del casco mientras me subía de nuevo a la moto:

"Así que, yo de ti, cambiaría todas las cerraduras para estar seguro, lo cual te va a costar mucho más de los 90 euros que tendrías que haber pagado hace tiempo. Si no lo haces, durante los próximos meses es posible que algún día me presente, abra con mi llave y, una vez dentro, comente a los inquilinos la clase de casero rastrero que eres, que ello te obligue a dar toda clase de explicaciones, que la discusión acabe en disputa y te revienten la cabeza con un bate de béisbol. ¡JA! ¿Qué me dices a eso? ¿Eh? Ese desenlace no te lo esperabas, ¿verdad? Pues haber pagado, ahora no voy a salvarte la cara devolviéndote las llaves, no. No supliques, no te rebajes, no vas a conseguir nada de mí. No quiero tu sucio dinero ahora, perdiste tu oportunidad y ahora vas a perder la vida de la forma más salvaje y violenta que puedas imaginar.

Bueno, hasta luego."

Y me fui a la agencia inmobiliaria que había gestionado el alquiler a devolver las llaves.

¿Cuántas oportunidades aprovechadas habéis contado? Yo me he descontado, ya me diréis.



Quién haya sonreído con este post o con alguno de los anteriores, tiene la ineludible obligación moral de comprar el libro en el que se recogen las entradas que fui publicando durante los primeros años del blog. 

Por supuesto, eres libre de no hacerlo, pero más tarde o más temprano alguien te señalará por la calle y tendrás que reconocer que eres el único que no lo tiene (a lo de leerlo vamos a restarle importancia, que está sobrevalorado).

No deseo que te pase una cosa tan chunga, así que te lo voy a poner fácil. Pincha en la imagen y haz algo por tu yo del futuro:






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