El buen policía (entrega II)

3.

Manuel para en un comercio de alquiler de maquinaria en el camino de vuelta a casa. Ha llamado durante la mañana, en un descanso, para reservar una motosierra y le han asegurado que estaría disponible a la hora en la que se presenta. Sin embargo, la herramienta que le muestra el dependiente no es eléctrica, sino que funciona con un motor de combustión. Para el trabajo que tiene que hacer Manuel, en interior, eso supone un inconveniente por el peligro que entraña inhalar las emanaciones, pero le informan de la imposibilidad de conseguir una de alimentación eléctrica hasta el día siguiente y, apremiado por la situación, decide que abrirá la ventana del baño para ventilar.

Antes de llevársela, pide que le enseñe el funcionamiento. No conoce el modelo ni ha utilizado nunca una de gasoil y no quiere tener que estar buscando tutoriales en Internet una vez en casa.

El empleado intenta arrancar el artefacto, sin éxito, y los sucesivos fracasos van incrementando su azoramiento y, con él, una creciente torpeza que da como resultado la renuncia a alquilar el aparato.

Manuel vuela a una ferretería próxima, donde previamente había localizado una motosierra barata, y se la lleva a casa justo antes de que echen el cierre.

En la primera gasolinera que encuentra, compra dos bolsas de hielo.

Una vez en casa, cena un sandwich y una cerveza mientras hojea las noticias en el móvil, se pone un vídeo con un monólogo de Raúl Cimas en Youtube y, al acabar, tiene la tentación de llamar a Paqui, pero recuerda que tiene trabajo y abre la caja en la que viene la sierra. Profiere un variado surtido de improperios al descubrir que la cadena de corte viene desmontada. Manolo no es hábil para la mecánica y sabe que tardará en ensamblar todas las piezas. No solo eso, teme no hacerlo correctamente y que el instrumento no rebane con la eficacia que necesita.

Es noche cerrada cuando la máquina está preparada para ser usada. No se oyen apenas ruidos en el edificio, pero Manolo sabe que no debe dejarlo para más adelante, así que se pone un delantal de PVC blanco, comprado por Amazon en la sección de hogar y cocina, y se dispone a descuartizar el cadáver que reposa en la bañera.

Como no tiene la total seguridad de haber encajado las piezas de forma óptima, decide empezar por las manos. Las muñecas de la mujer parecen frágiles, son delgadas y espera que no ofrezcan mucha resistencia. Se pone las gafas de protección y aprieta los labios para no ingerir involuntariamente alguna partícula disparada por los dientes de la sierra y, al apretar el botón de encendido, se da cuenta de que, a esa hora, el estruendo es ensordecedor.

- Mierda, voy a despertar a todos los vecinos.

Apaga de nuevo y cubre la ventana del baño con toallas, intentando que las rendijas queden lo más tapadas posible. Hace lo mismo con la puerta, aplicando paños y trapos alrededor del marco.

Durante un rato, se dedica a despedazar el cadáver. Va dejando las partes amputadas en bolsas de plástico que tiene preparadas junto a él. Cuando va a atacar la segunda ingle, de una pierna ya mutilada, a la que le falta de rodilla para abajo, se le atranca la cadena de la sierra, que se ha destensado. Para el motor y, solo entonces, escucha el timbre de su casa, que debe de llevar rato sonando, a juzgar por la insistencia. Con un gesto de fastidio, se quita el mandil y las gafas, se echa un vistazo en el espejo y sale del lavabo para ver quién pica.

Al asomarse por la mirilla, ve la cara enfurecida de su vecino, el Sr. Trillo, que va en pijama. Abre la puerta.

- Buenas noches.
- Macho, ¿tú sabes qué hora es? ¿No hay otro momento para taladrar, serrar o lo que sea que estás haciendo? ¡Son las 2, joder!
- Ya, disculpe. No se preocupe, ya lo dejo. No me había dado cuenta.

Mientras cierra, murmura para sí mismo: “¡Son las 2! ¿Y tú qué eres? ¿El cuco?”

Echa en la bañera, sobre el tronco sin cabeza de la chica, otra bolsa de hielo y se lleva las que ha ido llenando de trozos al congelador de la cocina.

Vuelve al lavabo para tensar la cadena y dejar la sierra lista para ser usada al día siguiente.

Manolo se acuesta en su cama y le cuesta un buen rato coger el sueño.




4.

A Genaro le ha causado tan buena impresión Ana, que se salta un poco el protocolo y decide ser él mismo quien lleve a cabo los primeros autos. Investiga a pie de calle, preguntando a viajeros habituales, personal de la estación y de los bares cercanos en su ciudad. Más tarde se traslada a Barcelona, a recorrer los aledaños de la estación de destino habitual de Mª Jesús.

En una cafetería, un camarero reconoce a la chica de la foto y recuerda haberla visto hablar con un hombre de entre 30 y 40 años hace un par de días, mientras tomaban café, y verla después abandonar el local junto a ese hombre. Lo ha mantenido en la memoria porque le llamó la atención la indumentaria del hombre: un uniforme corporativo cuya camiseta tenía una arruga recorriendo el logo, en el que se leía:

“M U D A N Z A S  M U R D E R”

Genaro se sienta en una de las mesas de esa cafetería y pide un cortado. Mientras se lo toma, googlea empresas de traslado de muebles que trabajen en la ciudad y encuentra una que podría encajar con el falso acrónimo que creyó leer el camarero: Mudanzas Murcia-Derby.

Aprovecha el estado de ánimo en el que le ha sumido el hallazgo para hacer una llamada a Ana, que enseguida le pide que le explique qué ha descubierto.

- ¿Qué has descubierto, Genaro?

Un breve escalofrío le recorre la nuca al oír su nombre en labios de Ana, pero el policía mantiene la actitud profesional que ha distinguido toda su carrera para tranquilizar a la mujer sin revelar información importante. Todo está bien. Empieza a tener datos que pueden conducirle al paradero de su sobrina. No puede contarle más, pero consigue transmitirle un mensaje de calma y aplacar su angustia.

Solamente después de colgar, satisfecho de su papel y de cómo nota que Ana valora su actuación, se pone en marcha para dirigirse a la sede de la empresa que supone su primera pista.

- ¿Es usted el dueño?
- Co-propietario, junto a mi esposa.
- ¿Quién de los dos es de Murcia?
- Yo. Y mi mujer de Derby, en el Reino Unido.
- Ah, entonces somos paisanos.
- ¿Es usted inglés?
- No, no. Paisano de usted, murciano. Si me permite, le voy a tutear para evitar malos entendidos.
- Desde luego, entre paisanos nos podemos ahorrar los formalismos. ¿Qué te trae por aquí?
- Necesitaría una copia de la ficha, con foto, de todos tus empleados varones.
- ¿Hay algún problema?
- No, no. Simple rutina. Estoy trabajando en un caso y testigo me ha llevado hasta tu negocio. Se trata de hacer unas comprobaciones y puede que tenga que hablar con alguno de ellos.
- ¿Te lo puedo enviar por e-mail? Quién conoce el programa es la parienta y ahora ha salido a hacer unas gestiones.
- No hay problema. ¿Puedo contar con tenerlas esta tarde?

Genaro llega a tiempo de comer un menú en el bar de enfrente de la comisaría junto a algunos de sus compañeros. 

Odia comer solo.

Con algo de acidez por culpa del gazpacho, se sienta a comprobar el correo e imprime las fichas que el empresario le ha enviado. Echa un vistazo somero a las fotos y descarta a dos operarios que tienen aspecto de superar la cincuentena. Se queda con cuatro hojas, cuatro fotos que mira sin detenerse, intentando que la curiosidad no venza al prurito profesional, que los prejuicios no se interpongan en un juicio razonable, guiado por un sistema crítico que Genaro sigue siempre a rajatabla.

Cuando está cerrando la puerta de su despacho para conducir hasta el bar donde el testigo debe identificar a su primer y único indicio, oye la voz de Ana preguntando por él en la recepción de la comisaría.

Reprime una incipiente sonrisa y se acerca para saludarla extendiendo la mano, advirtiendo inmediatamente que tras ella hay una pareja que le mira expectante. Ana les presenta, son los padres de Mª Jesús, José Miguel y Maribel.

Genaro les pone al día de la situación. Es gente sencilla, que está pasando por el momento más difícil de su vida y el policía, consciente de la situación, trata de ayudar, pero no le sale con tanta naturalidad como cuando su única interlocutora era la voluptuosa Ana.

Ya en el coche, Genaro reflexiona sobre ello y lamenta que tantos años en el cuerpo le hayan restado algo de la empatía con la que atendía a sus conciudadanos al principio de su ejercicio. Le entristece darse cuenta de que necesita estímulos diferentes a la simple realidad del sufrimiento de una familia por la desaparición de su hija para reaccionar como lo hubiese hecho antes. Pero a la vez, es la propia experiencia la que le convence de la necesidad de cubrirse de una leve pátina de indiferencia para no acabar siendo devorado por sus propios sentimientos.

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